Capítulo 2

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Al principio, Adela creyó que las molestias y los desarreglos que experimentaba eran las primeras señales que anunciaban el fin de su vida fértil, por lo que no les dio importancia. Pero como no remitían, sino que iban a más, terminó por angustiarse y pensar que en su interior se desarrollaba algo maligno.

Un día no pudo más y se lo comentó a su marido:

—Ramón, hace tiempo que no me encuentro muy bien, creo que tengo algo... ¿No ves lo hinchada que estoy?

—Un poquito sí que lo estás. Será que no haces bien las digestiones...

—No, no, Ramón, no es eso. No he querido decírtelo hasta ahora, pero creo que lo que tengo no es nada bueno.

—Mujer, no te pongas en lo peor...

—Además, hace ya un tiempo que no me baja la regla...

—Tú siempre me has dicho que eras muy irregular para eso... ¿No será cosa de la edad?

—No sé, pero yo estoy muy asustada, qué quieres que te diga...

—Pues mañana mismo vamos a Tarragona a que te vea el ginecólogo —la interrumpió—, pero ya verás que lo que te pasa es algo digestivo. Seguro que no es nada importante, estoy convencido de ello.

Aunque trató de animarla y de no darle importancia al asunto, aquel vientre hinchado le parecía un mal presagio, así que Ramón no pegó ojo en toda la noche.

Dos días después los recibió el ginecólogo. Ella le expuso los síntomas que la preocupaban y le comentó sus temores. Él la escuchó atentamente como siempre hacía y la reconoció en una salita contigua a su despacho. Cuando la hubo examinado, le dijo que ya podía arreglarse. Poco después, cuando Adela se sentó al lado de su marido, el médico dejó de garabatear en su expediente y la miró fijamente antes de decirle:

—Adela, tienes un bulto..., pero ¡un bulto con patas! Estás embarazada.de tres meses. ¡Felicidades!

Cuando salieron de la consulta tenían una mezcla inseparable de alegría y de preocupación. Cuando estuvieron en la calle, Adela fue la primera en hablar.

—¿Qué le diremos a Marta?

—No sé... Coméntaselo tú, entre mujeres es más fácil...

—Pero si tu hija es la niña de tus ojos...

—Sí, pero me da vergüenza, qué quieres que te diga...

—¡Mira que eres bobo!

—Por eso, cuéntaselo tú.

Cuando pasaron por delante de la tasca de Pedro ya era tarde. Ramón hizo una propuesta:

—¿Nos tomamos un vinillo para celebrarlo?

—Bueno, pero con unas aceitunas rellenas. ¡No sabes cómo me apetecen!

—Será un antojo.

—Pues será eso.

Sentados ya a una de las mesas ante unos vasitos de tinto y un plato de aceitunas rellenas, Ramón tomó la mano de su mujer.

—Si llama a nuestra puerta habrá que abrírsela y prepararlo todo para recibirlo como se merece, ¿no?

—¿Y si no viene bien? Tengo miedo... Yo ya soy muy mayor para...

No la dejó continuar:

—Pues si no viene bien...

—¿Qué?...

—Habrá que arreglarlo de alguna manera...

—¿Qué quieres decir? —preguntó inquieta.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora