Jaime se alegró cuando supo, a través de «Vigilant», que Gavaldá había exigido a don Pablo que todo lo que tuvieran que decirse en relación a su esposa lo hicieran única y exclusivamente en la sala de juntas y que descartaran cualquier otro lugar, el teléfono y los correos electrónicos. Creyó, de ahí su contento, que esa exigencia del abogado le iba a permitir estar enterado de todo lo que hablaran y de todo lo que pensaran hacer. Eso le concedía un importantísimo margen de maniobra para abortar, llegado el caso, aquel despropósito. Era evidente que Gavaldá creía que la sala de juntas era un lugar estanco, al abrigo de cualquier indiscreción y que no despertaría sospechas, ya que ambos se reunían en ella habitualmente para tratar temas de la empresa, pero estaba equivocado.
Se decía, por tanto, que podía estar tranquilo porque los tenía bajo control, pero él también se equivocaba porque tan pronto como don Pablo y Gavaldá salieron de la sala y cerraron la puerta quedaron fuera del alcance espía de «Vigilant». Por tanto, Jaime no pudo saber que tras despedirse, don Pablo se dirigió a su despacho, y Gavaldá a la puerta de salida, pero que a medio camino de sus respectivos destinos, Gavaldá se giró, reclamó la atención de don Pablo, se acercó a él con sus andares grasientos de león marino y rompió la regla que él mismo había impuesto.
—Estoy pensando —dijo, bajando mucho la voz— que alargar lo que nos ocupa no tiene sentido. Hoy es miércoles... Me preguntaba si su agenda le permite salir de viaje este fin de semana y estar fuera unos días.
—¿Cuántos días? —preguntó don Pablo en el mismo tono apagado.
—El viaje sería conveniente programarlo para una semana, pero si todo va como espero, lo más seguro es que a mediados de la próxima lo llamen... ¡Ya me entiende!... Y tenga que regresar...
—¿Adónde me sugiere que viaje?
—Mientras sea razonablemente lejos, no importa.
—¿Qué le parece Londres?
—Bien, podría salir el domingo por la mañana. ¿Puede planificar allí alguna actividad?
—Claro. Puedo reunirme con el delegado para revisar la marcha del negocio y visitar con él a un buen número de clientes, proveedores e instituciones.
—Magnífico. Sería conveniente que le anunciara su visita con tiempo y le hiciera saber el plan de trabajo. Eso reforzará su coartada: el que no está no puede hacerlo. ¿Me sigue?
—Perfectamente...
—Entiendo que piensa viajar solo, que no aprovechará el viaje para ir con Brenda. No sería una buena idea.
—¡Por supuesto! No soy tan estúpido. Iré solo.
—Bien, don Pablo, nos veremos cuando todo haya concluido y podamos celebrarlo.
—Espero que sea así.
—Esté tranquilo. No debe preocuparse por nada.
—Por cierto, tengo que darle los seis mil euros y el billete de avión para el que ha de realizar el trabajo...
—¡Descuide! Yo compraré el pasaje y adelantaré el dinero.
—Quedará pendiente lo suyo...
—Pasaremos cuentas cuando todo haya terminado. ¡Hay confianza!... —y lanzó una risa ahogada.
—Entonces, hasta dentro de unos días.
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!