La conversación entre don Pablo y Gavaldá dejó a Jaime paralizado, incapaz de reaccionar. En un primer momento, pensó que al día siguiente con la cabeza más fría vería con mayor claridad lo que debía hacer. Pero no contaba con las dificultades que tuvo para dormirse, en lo tremendamente grandes que se hacen los problemas en la cama y en la cantidad de vueltas que se les llega a dar.
Cuando por fin consiguió que lo venciera el cansancio, una serie de sueños recurrentes y angustiosos lo estuvieron asaltando sin darle tregua durante toda la noche. Por la mañana estaba muy fatigado, como si hubiera estado toda la noche descargando sacos de cemento, tenía la lengua áspera como un secante y una fuerte sensación de intranquilidad. En realidad, no estaba en mejores condiciones que la noche anterior para tomar una decisión, así que se dijo que tenía todo el día para pensar en ello y que no era conveniente precipitarse en un tema tan delicado. No poder compartir su problema con nadie —era demasiado arriesgado hacerlo— suponía un plus añadido de dificultad. Pero, además, ¿a quién se lo iba a explicar?
Finalmente, trató de convencerse de que tenía suficiente criterio para buscar la solución adecuada por sí mismo...
Por la tarde, en la oficina, no hizo otra cosa que seguir dándole vueltas al asunto. Una de las muchas soluciones que contempló consistía en retirar a «Vigilant» de la mesa y olvidarse de todo, pero eso además de suponer el riesgo de que lo pillaran con las manos en la masa, también era una canallada. Si no evitaba lo que era muy probable que terminara sucediendo, sería tan culpable como los que estaban urdiendo aquel asesinato, y no quería aquel peso sobre su conciencia. Siguió especulando hasta que creyó tener la mejor solución, la que podía detener aquel disparate sin involucrarlo en nada.
Cuando salió de la oficina se dirigió a una papelería y compró un paquete de folios, varios sobres y hojas con etiquetas autoadhesivas, y pidió que todo se lo pusieran en una bolsa de plástico. Poco después, se hizo con una caja de guantes de látex en una farmacia.
Ya en su casa, se puso los guantes, no quería que en el papel quedara ningún tipo de huella dactilar por la que pudieran llegar a relacionarlo. Posiblemente, aquello era una medida muy exagerada, pero nunca se sabe, y no deseaba correr ningún riesgo por pequeño o improbable que pareciera.
Sacó los folios que había en la impresora y la cargó con los del paquete que había comprado. Abrió el Word y buscó un tipo de letra que resaltara e incrementara el impacto de lo que iban a leer.
Después de pensar unos instantes, escribió:
Sé lo que intenta
Enseguida se dio cuenta de que lo que había escrito podía mejorarse, así que rectificó:
Sabemos lo que intentan hacer
Así estaba mucho mejor porque daba a entender que eran varios los que conocían lo que otros tramaban. Pero lo cambió y escribió:
Sabemos lo que intentan hacer
Si no quieren tener problemas, ¡desistan!
Leyó el texto varias veces. Y le gustó más que el anterior porque incluía una advertencia. Pero tratarlos de usted era un error porque ponía de manifiesto una actitud respetuosa por parte de quien escribía la nota, algo que no se merecían un par de sinvergüenzas. Tras una última lectura se decidió a introducir otro cambio:
Sabemos lo que intentáis hacer.
Si no queréis tener problemas, ¡desistid!
Si le pasa cualquier cosa iremos a por vosotros
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!