Capítulo 31

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Jaime se sentó al lado de su tío como éste le había indicado. Aprovechó que se demoraba en hablar para observarlo con detenimiento.

La penumbra que reinaba en el salón contribuyó a resaltar su aspecto desmejorado. Aunque siempre había sido un hombre lamido, en los últimos meses había perdido mucho peso y daba la sensación de que, sin mucha reserva de grasa que malgastar, se consumía interiormente. El enorme sillón en el que abandonaba su cuerpo lo achicaba todavía más y parecía que, de un momento a otro, iba a devorarlo y hacerlo desaparecer en sus entrañas de muelles.

Su rostro había adquirido un color cetrino que la tenue luz de la estancia contribuía a resaltar y de sus ojos había desaparecido aquel brillo chispeante que parecía encenderse cuando se enfadaba, cuando desconfiaba de las respuestas que se le daban o cuando lanzaba una de sus ironías mordaces. Ahora se encontraban vidriosos, sin brillo interior, apagados.

Tanto Amanda como él habían procurado que fuera al médico y se habían ofrecido para acompañarlo, pero se había negado en redondo y todos los intentos para convencerlo habían resultado inútiles.

—Tío, ¿se encuentra bien?...

Con un movimiento de la cabeza le dio a entender que sí, aunque Jaime no creyó que dijera la verdad.

Pensó que era mejor no apremiarlo y esperó pacientemente a que se repusiera mientras no dejaba de preguntarse por qué su tío estaba solo y por qué Amanda no estaba en casa a aquella hora. ¿Dónde podría estar? ¿Habría ido a comprar? ¿A la farmacia a buscar alguna cosa? ¿A dar un paseo? Iba a preguntárselo cuando le pareció que su tío reunía las fuerzas necesarias para hablar.

—A..m.. anda se...ido... —un hilo de voz pareció salir a través de un tubo estrecho y sus palabras sonaron ininteligibles.

—Perdone, tío, pero no he entendido lo que me ha dicho...

Se aclaró la garganta y se enderezó.

—Amanda se ha marchado.

—¿Se ha marchado?... ¿Adónde?...

—No lo sé.

Creyó que su tío desvariaba. Quizá había estado durmiendo y al despertarse se había desorientado.

—Bueno, no se preocupe, ya volverá... —dijo en un intento por tranquilizarlo.

—No —y alzó la voz—: ¡No lo entiendes, se ha ido y no volverá! ¡No volverá!

—Pero ¿qué dice?... ¿Adónde se ha ido?...

—No lo sé. Ya te he dicho que no lo sé. No me lo ha querido decir...

Jaime empezó a preocuparse.

—¿Por qué no me lo explica con detalle, poco a poco, desde un principio?

Su tío pareció recuperar algo de su vitalidad.

—No hay mucho que explicar. Esta mañana, después del desayuno, me ha dicho que iba a reunir sus cosas en una o dos maletas, «las imprescindibles» ha concretado y que por la tarde una amiga suya pasaría a recogerlas.

—¿Han discutido?... ¿Se han enfadado?...

—No más que otras veces.

—¿No le ha preguntado adónde iba?

—No he creído que se fuera de verdad.

—¿Quién era esa amiga que ha pasado a recoger las maletas?

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora