En cuanto regresó a Barcelona de su viaje, nada más llegar, se dirigió a la residencia para ver a su tío, al que encontró más delgado y envejecido. Como solían hacer, bajaron al salón y se sentaron a charlar.
—Lo que me gustaría es que me explicaras por qué te has ido y por qué has tenido que hacerlo tan lejos.
—Ya le comenté que últimamente me sentía un poco estresado por el ritmo de trabajo tan exigente que he tenido en los últimos tiempos. Acumulaba mucha tensión y creí que me convenía tomarme un respiro.
—Eso ya lo sé y lo entiendo, pero ¿es que no hay balnearios en España?...
—Tiene razón, pero quería poner un poco de distancia. Me pareció que así me alejaba más de los problemas.
—Eso es una doble tontería. Una: ¿no hay suficiente distancia de Barcelona a Andalucía o a Galicia? ¿Hay que ir al Polo Norte? Y dos: tienes que entender que los problemas son como garrapatas aferradas a nuestra piel, viajan siempre con nosotros. Es igual que nos movamos o que estemos quietos, aquí o allí, son parásitos indeseados que siempre nos acompañan y cuando nos libramos de uno de ellos, otro u otros ocupan su lugar. ¡Nunca nos vemos libres de sus molestias!
—No le falta razón, tío.
—Pero ¿te ha ido bien el descanso? ¿Has recuperado fuerzas?
Le dijo que sí, aunque en aquella afirmación cabían muchas matizaciones.
Dos días después de su llegada, estaba en la consulta de la doctora Andreu, aguardando a ser recibido. Estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para retomar las riendas de su vida, eso en el supuesto de que alguna vez hubiera tenido su gobierno. Había dado el primer paso: ser humilde y reconocer que precisaba ayuda.
Estaba un poco inquieto. Pero ¿por qué? No podía negar que desvelar sus secretos más íntimos a una mujer le producía más incomodidad que hacerlo a un hombre. ¡Qué tontería! ¡Eso no eran más que prejuicios que decían muy poco en su favor! Pero no le dio tiempo a especular más sobre el tema porque la enfermera fue a buscarlo y lo invitó a que la siguiera. La puntualidad era la marca de la casa, tanto para comenzar la sesión como para finalizarla.
Cuando entró en su despacho, la doctora Andreu se levantó y por encima de la mesa de su despacho le tendió la mano para saludarlo.
—¿Cómo se encuentra? —le preguntó una vez que tomaron asiento.
—Las gotas que me recetó me han ido bastante bien porque he estado menos angustiado y he dormido mucho mejor. La semana pasada me tomé unas pequeñas vacaciones... —Y le explicó dónde había estado y lo que había hecho, aunque no le pareció oportuno contarle lo de su relación con Jolie.
Pensó que ella le diría algo, pero permaneció callada, cediéndole toda la iniciativa. Tras unos segundos que le parecieron eternos se decidió a continuar:
—Durante esa semana de descanso he tomado conciencia de que necesito introducir cambios en mi vida...
Confió en que ella le abriría la puerta del diálogo, pero no lo hizo, tan solo asintió con la cabeza y espero paciente a que él continuara. Pero estaba bloqueado, no sabía ni cómo empezar ni qué decir.
—¿Y qué le ha hecho pensar que necesita introducir cambios en su vida? —se decidió a socorrerlo.
—Espero que no le parezca una simpleza lo que le voy a decir. De pequeño, en verano, muchas noches solía salir al campo con mi abuelo para observar el cielo. Él me señalaba las estrellas más importantes y me explicaba cosas sobre el Universo. Desde que murió no había vuelto a hacerlo, pero estos últimos días, donde he estado, he tenido la oportunidad de contemplar un cielo plenamente estrellado.
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el peso de la nada
LosoweEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!