El tiempo pasó con rapidez. Cuando se abrió la matrícula, Jaime viajó a Barcelona para formalizarla y pedir la beca. Aquel mismo día regresó al pueblo.
Cuando faltaba poco más de una semana para que se iniciara el curso llamó a su tío por teléfono.
—Diga —Era la voz de Amanda.
—Buenos días... Soy Jaime...
—¡Hooola! ¡No te había conocido!... ¿Qué me cuentas de nuevo?...
Se sintió torpe, sin saber muy bien qué decir, aturdido.
—Pues que el curso empieza el lunes de la semana que viene y llamaba a mi tío para...
—¿Ya te has matriculado?
—Sí.
—¿En Barcelona?
—Sí.
—¡Has estado en Barcelona y no has venido a verme!
No supo qué decir. Aquella mujer lo desconcertaba.
—Esta vez te perdono, pero la próxima te retiro la amistad —bromeó. Te paso con él. No te preocupes por nada —bajó un poco la voz para decir—: ya te he allanado el camino...
—Gracias —Estaba tan azorado que no le fue posible articular ninguna frase con la que corresponder a la familiaridad y confianza con las que ella lo trataba. Eso hizo que se sintiera muy mal.
—Entonces, hasta muy pronto...
—Sí, hasta pronto.
Mientras esperaba que su tío lo atendiera, pensó que era una gran suerte que Amanda fuera una persona tan especial y abierta y que estuviera de su lado. Se recriminó que podía haber estado más hablador, más cariñoso y un poco más simpático, pero es que algo de ella lo inquietaba y a la vez lo paralizaba.
—¿Diga?... —La voz de su tío sonó cortante a través de la línea telefónica.
—Buenos días, «señor» —y al decir la última palabra tuvo en cuenta su exigencia en cuanto a la forma de dirigirse a él—, soy Jaime, su sobrino, y...
—Veo que tienes buena memoria para los tratamientos —dijo, interrumpiéndolo—, y yo todavía la suficiente para recordar que soy tu tío, no hace falta que me recuerdes cada vez que eres mi sobrino —Su ironía cortaba como el filo de una navaja—. Además, te he conocido por la voz. ¿Qué se te ofrece?
En aquel momento, volvió a recordar las palabras de su abuelo sobre el trigo: «Si el tallo fuera rígido se quebraría y toda su vocación quedaría en nada, se perdería».
—Verá, señor —dijo con serenidad—, el lunes de la semana próxima empiezo el curso y lo llamaba para saber si le parece bien que vaya a su casa el domingo.
—Ya te dije que podías venir una semana antes de que empezaran las clases y que te fueras una semana después de que terminaran. Como podrás comprobar, yo también tengo buena memoria...
—Sin duda, señor... ¿A qué hora le parece que vaya a su casa el domingo?
—Mejor te vienes el sábado, un poco antes de las dos, almorzaremos juntos.
—Muchas gracias, señor...
Cuando colgó el teléfono respiró aliviado. ¡Suerte que se había acordado de tratarlo de «señor»! «¿Por qué tiene ese hombre que ser tan difícil y áspero, por qué está tan amargado?» —se preguntó. Pero tuvo que reconocer que había tenido la gentileza de invitarlo a almorzar. «¿Puede que en eso haya influido Amanda?» —se dijo, acariciando la idea de que fuera así.
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el peso de la nada
RastgeleEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!