El tiempo es un escultor paciente. De manera continua e imperceptible nos va retocando y dando forma. Sólo hay que comparar una fotografía de hoy con otra de hace cinco años para darnos cuenta de cómo nos deja su huella. Pero no sólo nos cambia por fuera, lo que se ve, sino que también nos deja su rastro por dentro, aunque sea más difícil de advertir.
Físicamente, durante mucho tiempo seguimos viéndonos igual, gracias a una especie de miopía vital que nos anestesia del dolor de envejecer y que nos impide ver en lo que nos vamos transformando hasta que el deterioro es ya muy evidente.
Nuestra capacidad para observar nuestro interior también es muy limitada. Tendemos a creer que seguimos siendo los mismos de siempre, pero no es así. Cambiamos. Quizá somos más sabios, tenemos más experiencia o hemos abandonado antiguos intereses y prejuicios, pero quizá también somos más reacios a cambiar nuestros defectos, somos menos comprensivos y más egoístas. Somos seres vivos en una constante evolución que nos prepara para llevarnos a un lugar desconocido, pero del mismo modo que el tiempo no hace bueno un vino malo, no por ser más viejos somos mejores personas.
Desde que inició sus estudios superiores hasta que los terminó habían pasado, como un soplo, cinco largos años y muchas cosas en la vida de Jaime habían dejado de ser como eran antes.
Hasta entonces, su pie deforme había sido la razón de su sufrimiento, la causa de todas sus inseguridades y de su necesidad de esforzarse por sobresalir por encima de los demás. Esa herida no llegaría a cerrarse nunca del todo, pero una nueva experiencia, la más importante, iba a cauterizarla en parte, a cambio de marcar su carácter con una huella tan profunda que ya nunca llegaría a desaparecer: su relación sentimental con Amanda, la que lo introdujo en el camino del amor y la sexualidad, pero que también lo llevó por el del engaño y la ingratitud.
Ya en el verano anterior a iniciarse el segundo curso, algunas cosas se habían complicado. La convivencia en la casa era cada vez más tensa por los celos de Jaime y las dudas y sospechas de su tío.
—Ayer oí ruido en el dormitorio...
—A tu tío le sentó mal la cena, le dolía el estómago y se puso muy nervioso.
—¿Seguro que no te pidió nada?
—¡Bicarbonato! —bromeó para aliviar la tensión—. No seas tontainas, no ves que está muy delicado...
—¿Pero y si te lo pide?...
—¿Si me pide qué?
—Ya sabes, lo de antes, que lo ates, que le des palmadas, verte desnuda, tocarte, eso sí puede hacerlo... ¿Qué harás si te lo pide?
—Jaime, no quiero atormentarme con lo que no está pasando. De momento, eso no ha ocurrido y no va a pasar...
—¿Por qué no le dices que quieres dormir sola, en otro cuarto? Podrías decirle que no descansas bien...
—Eso sería firmar nuestra sentencia de muerte. Ya desconfía bastante de nosotros como para que le proponga algo así. Hemos de seguir como hasta ahora y esperar una oportunidad...
—¿Una oportunidad para qué? No habrá ninguna para nosotros...
En casa, con el tío Eusebio casi siempre presente, cada vez les era más difícil y arriesgado tener relaciones íntimas tranquilas, por lo que se limitaban a besarse y tocarse apasionadamente en cualquier rincón que les ofreciera el abrigo suficiente. Pero eso, en lugar de calmarlos, los tensionaba, lo cual repercutía en la relación con su tío al que culpaban de lo que les ocurría. Procuraban encontrarse en el hostal, pero tampoco era sencillo encontrar la excusa adecuada para ausentarse los dos de casa. Pero no era sólo una cuestión de sexo, tampoco podían sentarse a charlar de sus cosas con tranquilidad, carecían de intimidad.
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!