Hacía tres semanas que vivía en casa de su tío. En ese tiempo la actividad docente en la universidad había adquirido su velocidad de crucero. Jaime contaba con los programas, manuales y apuntes aconsejados por cada cátedra, se había hecho una idea de cada asignatura y había escuchado atentamente las recomendaciones que algunos profesores les habían hecho, en especial las del de álgebra.
—Os recomiendo que estudiéis todos los días. Si perdéis el paso os será muy difícil recuperarlo porque el conocimiento de esta materia es acumulativo. Las matemáticas deben convertirse en la base de vuestro lenguaje de trabajo...
Hubiera podido escoger el horario de clase de las tardes, pero se decidió por el de las mañanas. No le importaba levantarse temprano y no quería tener problemas para cumplir con el horario tan estricto que su tío marcaba para la cena. Recordó que su abuelo siempre le decía: «A quien madruga, Dios le ayuda», así como la conversación que un día tuvieron respecto a este tema
»—¿Sabes lo que quiere decir?
»—Creo que sí, Abu, que al que por las mañanas no se le pegan las sábanas... Pero explícamelo tú.
»—Quiere decir que si somos diligentes con nuestros asuntos, las cosas nos irán mejor que si somos perezosos. Si además somos previsores y no dejamos nuestros quehaceres para mañana o para el último momento, evitaremos muchos problemas. ¿Estás de acuerdo?
»—Claro.
»—Te contaré una anécdota para que veas que todo hay que relativizarlo. Un hombre se levantó muy temprano y al salir a la calle se encontró en el suelo un fajo de billetes. Muy contento se dijo que la suerte había ido en su búsqueda por haber madrugado. ¿Te parece que eso puede generalizarse?
»—Creo que sí. Como mínimo, levantarse temprano no pude hacer ningún daño.
»—Veamos la otra cara de la moneda. Otra persona madrugó más que el protagonista de nuestra historia y no lo acompañó la fortuna: fue el que perdió el fajo de billetes que nuestro hombre encontró un poco después. Con ello quiero decirte que, salvo las demostraciones matemáticas, no hay que tomar nada como una verdad absoluta.
Cuando Jaime salía de casa por las mañanas para ir a la Universidad su tío y Amanda todavía dormían, por eso iba con mucho cuidado de no hacer ningún ruido que pudiera despertarlos. Desde el primer día supo que dormían en la misma habitación. Tío Eusebio se acostaba y se levantaba más pronto que Amanda, se retiraba no más tarde de las diez y media de la noche y ponía los pies en el suelo a las ocho de la mañana. Ella veía la televisión hasta muy tarde y, por lo general, se quedaba en la cama hasta el mediodía.
Después de almorzar, mientras su tío hacía una breve siesta, Jaime ayudaba a Amanda a recoger la mesa. Su relación era muy buena, ella lo trataba como un amigo y Jaime tenía muy presente que, desde el primer día, había procurado inclinar a su tío en su favor.
Tenía la impresión de que le gustaba que estuviera en la casa, pero enseguida se dijo que aquello no era más que una ilusión, una de sus fantasías sin sentido. Sin embargo, un día, mientras cargaban el lavaplatos, lo que pensaba se convirtió en una certeza.
—Estoy muy contenta de que estés aquí, no sé, me siento menos sola, más acompañada, menos aburrida...
Jaime, sorprendido por la sinceridad de Amanda, no supo qué decir. Como era reservado, no acostumbraba a exteriorizar lo que pensaba y le costaba entender que eso mismo no les ocurriera también a los demás.
—...En los últimos tiempos —continuó ella— esta casa se ha vuelto claustrofóbica, todo es demasiado serio, demasiado regulado y medido, falta espontaneidad y luz... Hay poca alegría, ¿no te parece?...
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!