Capítulo 9

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Jaime estaba convencido de que aquel domingo no iba a ser distinto y que discurriría de la misma manera que los anteriores: almuerzo a las dos en punto, entremeses, canelones, seriedad en la mesa y muy poca conversación. Después de tomar café, su tío se retiraría a descansar un rato a su habitación mientras Amanda y él recogerían la mesa. A media tarde, su tío iría al Círculo a jugar al billar, Amanda se quedaría viendo la televisión o saldría un rato, y él se encerraría en su cuarto y se pasaría la tarde estudiando. Nada especialmente glorioso.

Estaban tomando el café, cuando Amanda hizo una propuesta sorprendente.

—Esta tarde podríamos ir al cine, ¿no os gustaría?

Formulada en plural, su sugerencia pareció que iba dirigida a todos y a nadie. A Jaime le pareció que era el menos indicado para contestar, así que no dijo nada.

—¿No os animáis? Ponen buenas películas... —insistió.

Tío Eusebio no respondió, desentendiéndose claramente de la iniciativa de Amanda.

—¿Qué dices?... ¿Te animas o no?... —lo apremió, al ver que no decía nada.

Esta vez, la pregunta iba claramente dirigida al tío Eusebio, por lo que ya no le fue posible esquivar la respuesta. Carraspeó ligeramente y se secó los labios con la servilleta antes de contestar.

—Ya sabes que los domingos por la tarde voy a jugar al billar.

Era un gran aficionado a ese juego y un aceptable jugador. Los domingos y festivos, después de la siesta, se reunía con sus amigos, casi todos exmilitares. Solían jugar a la modalidad de tres bandas para la que ya hay que tener una notable habilidad. Después, se sentaban en torno a una mesa, tomaban algo, criticaban al gobierno, fuera del color que fuera, y añoraban la llegada de tiempos de mano dura. Había quien estaba plenamente convencido de que si un militar fuera el jefe del gobierno se engrasarían las ruedas de la economía y del orden. Entre una cosa y otra, llegaba a su casa a la hora de cenar.

—Ya sé que los domingos vas al Círculo y te olvidas de que también lo haces los demás festivos y fiestas de guardar —protestó Amanda—, pero lo que te pregunto es si este domingo te apetece ir al cine —dijo, visiblemente irritada.

La tensión iba en aumento: tío Eusebio se mantenía impertérrito y ausente, como si no fuera con él la cosa; Amanda, más por la poca atención que tío Eusebio le prestaba que por el hecho de que no quisiera ir al cine, estaba enfadada y de muy mal humor; y Jaime, prudente, no decía nada. Tras un largo silencio, su tío se decidió a contestar:

—Muchas gracias, pero no me apetece... Además, ya he quedado con mis amigos.

Y tardó un poco en decir las palabras que sorprendieron a Jaime.

—Id vosotros...

Después, se levantó y se fue a su cuarto. Mientras hacía mutis, Amanda le dijo, elevando un poco la voz:

—¿Te preguntas alguna vez qué me apetece a mí? —El comentario salió de su boca con la rapidez con la que ataca una cobra, pero quedó sin respuesta.


Veinte minutos más tarde, terminada su siesta, su tío se presentó en el salón. Se había aseado, olía a colonia fresca y llevaba en la mano el estuche de cuero en el que transportaba el taco extensible, un cubito de tiza y tres bolas de billar.

Las bolas —blanca, roja y amarilla— eran de marfil. Las compró, cuando siendo muy joven, recién obtenido el grado de oficial, se interesó por el billar. Eran de colmillo de elefanta, el marfil menos veteado y de estructura más homogénea. Las trataba con muchísimo cuidado y las limpiaba con frecuencia para retirar los restos que dejaba la tiza en su superficie.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora