Fue gracias a «Vigilant» que Jaime tuvo conocimiento de que don Pablo se había reunido con los responsables de una multinacional farmacéutica francesa en la sala de juntas. La conversación enseguida captó todo su interés. Los franceses estaban desarrollando un artilugio, necesariamente pequeño, susceptible de ser fijado con carácter permanente en el torrente sanguíneo. La dificultad del proyecto radicaba en cómo dotarlo de una fuente de alimentación autónoma que le proporcionara la energía necesaria para desarrollar sus funciones correctamente. Justo en este punto el proyecto había entrado en vía muerta, por lo que recurrían a ellos en busca de ayuda.
Conocer esa demanda antes que nadie le suponía a Jaime poder adelantarse a los acontecimientos; por tanto, cuando el presidente les hablara del encargo, él ya habría cavilado sobre el problema y estaría en condiciones de ofrecer una solución antes que los demás. ¡Para obtener ese tipo de beneficios es por lo que se había arriesgado a instalar a «Vigilant».
Pero algo chirriaba en su interior. No dejaba de preguntarse si hacía bien y hasta qué punto jugar con ventaja era justo. Pero enseguida se acordó de lo que su abuelo le había dicho: «Los Clásicos pensaban que si a la gente se le diera a elegir entre padecer una gran injusticia o cometerla, escogería llevarla a cabo». Por tanto, actuaba como la mayoría haría; además, estar más despierto, atento y enterado que los demás era una ventaja, no una injusticia.
Cuando ya creía que «Vigilant» no daría más de sí, una noche pudo escuchar una conversación inquietante entre don Pablo y Gavaldá.
—Le traigo dos buenas noticias —La voz de Gavaldá sonaba segura.
—Ya me dirá... Sentémonos —ofreció don Pablo.
—Creo que ha llegado el momento de hacerle una oferta al viejo loco por su casa de Pals.
—¡No me diga! Ésa es una muy buena noticia.
—¿Cuánto pensaba ofrecerle por la casa? —preguntó Gavaldá.
Jaime casi pudo oír como don Pablo se removía inquieto en su asiento.
—Lo mínimo posible —dijo, tratando de escabullirse para no tener que dar una respuesta.
—Ya imagino. Dígame, ¿cuál fue la última oferta que le hizo?
—Creo recordar que partimos de cincuenta mil euros y le llegamos a ofrecer setenta mil euros. En ese punto lo dejé correr.
—Mi idea es ofrecerle treinta y cinco mil euros, la mitad de la oferta inicial, y cerrar el trato, como máximo, por cuarenta mil euros. ¿Qué le parece?
—Creo que no aceptará, pero si lo consigue...
—¿Tengo su visto bueno para cerrar el trato por cuarenta mil euros?
—Lo tiene.
—En este caso, dé la compra de la casa por hecha. Tenga el dinero preparado.
—¿Por qué está tan seguro?
—¿Para qué quiere saberlo? Mejor ignorar los detalles.
—¡No estaremos cometiendo una irregularidad! —Tal y como era don Pablo lo que le causaba preocupación no era que se cometiera, sino que pudieran relacionarlo con ella.
—Seguro que sí, pero no se preocupe. Usted no tiene nada que ver con ello —y antes de decir la última frase lanzó una de sus risotadas de hiena—, y yo tampoco. Últimamente, las cosas se le han complicado a ese viejo loco: denuncias por los perros, los gatos, la dejadez, las basuras, el estado de la casa... Además, el pobre hombre ha tenido mala suerte, han entrado en su casa varias veces...
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!