Capítulo 24

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Gavaldá y don Pablo se reunieron en una cafetería cercana a la oficina. Querían hablar sobre los últimos acontecimientos acaecidos, valorar su impacto y convenir una estrategia común. Pero descartaron hacerlo en la oficina porque albergaban serias dudas de que fuera un lugar seguro, a salvo de cualquier indiscreción.

Don Pablo estaba tremendamente angustiado: alguien conocía su secreto, y él ignoraba lo que esa persona pensaba hacer con lo que sabía. Se sentía acorralado, luchando contra la sombra escurridiza de su miedo y aplastado anímicamente por no saber qué hacer.

—¡Y ahora la policía! —se quejó a Gavaldá—. Mañana he de presentarme en comisaría.

—No se preocupe. Se trata de un trámite rutinario —dijo para tranquilizarlo—. El marido, técnicamente, siempre es sospechoso, pero usted tiene una coartada perfecta. Sólo quieren descartarlo.

—Sí, pero hay que pasar por el mal trago. Al menos, convendrá conmigo que no es agradable. —Antes de decirlo, se lo pensó un segundo—: ¿Podría acompañarme?

—No creo que sea lo más conveniente. Daría la sensación de que va a la defensiva, que necesita ayuda, que teme algo. Usted estaba en el extranjero en viaje de negocios cuando asesinaron a su mujer. Lo que usted quiere es que la policía investigue, detenga al asesino y lo meta en la cárcel. Punto.

—Tiene razón —Empezaba a entender cómo una mentira, a base de repetirla llega a transformarse en una verdad.

—¿Alguna recomendación más para mañana?

—Siempre que pueda, diga la verdad. Si tiene que mentir, hágalo mirando a los ojos, no rehúya la mirada. No dude. Aténgase al guion.

—De acuerdo.

—Tómese su tiempo antes de contestar, pero procure que entre preguntas y respuestas haya siempre una demora parecida. Contestar muy deprisa a unas y tardar mucho en responder a otras, puede dar a entender a la policía que hay respuestas que tiene que elaborar porque las considera peligrosas o comprometedoras, frente a otras en las que no tiene que hacerlo por creer que son inocuas.

—No parece sencillo.

—Seamos sinceros don Pablo, usted es un hombre con mucho aplomo. Reconozco que el trámite no es agradable, pero usted lo hará de maravilla. Si lo piensa se dará cuenta de que es más fácil que enfrentarse a la junta de accionistas. ¡Menudas situaciones no ha tenido que lidiar usted!

Sin detenerse en lo que Gavaldá le había dicho, se refirió al otro tema objeto de su preocupación:

—¿El de la nota ha respirado?

—Por el momento, silencio total.

—No sabe cómo me preocupa lo que pueda hacer ese individuo...

—No hará nada. Esté tranquilo, ya verá como el tiempo me da la razón.

—¡Dios nos asista!

—No conviene meter a Dios en las cosas de los hombres. Se lo repito, no hará nada. Si tuviera la intención de hacer algo, ya se habría puesto en contacto con usted de alguna manera. Los primeros días son emocionalmente los más idóneos para hacer llegar las condiciones de un chantaje. Cuanto más tiempo pasa, más fuerte se encuentra el chantajeado y más débil el chantajista. Por cierto —dijo, dando un giro a la conversación—, había pensado que podría decirle a uno de los ingenieros de la empresa que le diera un vistazo al artilugio que nos colocaron debajo de la mesa, puede que nos aclare algo...

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora