Capítulo 39

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Cuando llegó a la sala de juntas varios directores ya se encontraban reunidos esperándolo.

—Disculpad el retraso...

—Estábamos comentando la noticia del día —dijo uno de ellos.

—¿Qué noticia? —preguntó Jaime sin saber de qué se trataba.

—La del fallecimiento de don Pablo...

—¡Qué me dices!... ¿Cuándo ha sido?

—Hace unos días. Parece ser que estaba en el andén de una estación del metro de Chicago y cayó a las vías justo en el momento en el que el tren hacía su llegada.

—Eso es muy raro... ¿Don Pablo viajando en metro? ¡No me lo puedo creer! —apuntó Juan Mendizábal.

—¿Se cayó, se tiró o lo empujaron?... —dijo otro.

—No se sabe. Tanto puede ser que se cayera, como que se tirara o lo tiraran... Tardaron más de una hora en sacarlo de debajo de la locomotora, obviamente muerto. También cabe la posibilidad de que se mareara...

—¿Él vivía en Chicago?

—No, residía en Boston.

—¿Vivía solo?

—Con su hija. Hacía sólo unos meses que se había separado de su pareja, una mujer danesa o sueca, no sé exactamente...

Inmediatamente, Jaime pensó en Brenda, la mujer de la que se había enamorado y por la que decidió terminar con la vida de su esposa. Bueno, por ella y por el dinero. ¡Cuánto por nada! Se preguntó si algún día le llegó a confesar a Brenda lo que había hecho, aunque lo más probable era que lo hubiera mantenido siempre oculto.

—¿Cómo os habéis enterado de todo eso? —preguntó Jaime sin poder evitar la sorpresa que la noticia le había causado.

—Pura casualidad: una amiga de mi mujer es, a su vez, amiga de toda la vida de la hermana de don Pablo. Ésta se lo hizo saber a su amiga, quien al recordar que yo había tenido contacto profesional con don Pablo se lo comentó a mi mujer... Si no hubiera sido por ella nunca nos hubiéramos enterado del accidente y de su fallecimiento. De hecho hace muchos años que no sabíamos nada de él.

—¿Y qué hacía por aquellas tierras americanas?

—Parece ser que dirigía una empresa del ramo metalúrgico.

—¡Jo! —apuntó otro—. Este hombre tampoco ha tenido mucha suerte en la vida, aquí le asesinan a la mujer de la peor manera que cabe pensar y en Chicago lo arrolla el metro...

Al igual que cuando conoció el fallecimiento de Gavaldá, la noticia del accidente y muerte de don Pablo lo sorprendió, pero no le produjo ningún sentimiento de pena; sin embargo, eso sí, le removió vivencias y recuerdos que habían dejado huellas muy profundas. Tuvo la sensación de que se cerraba un círculo de acontecimientos desgraciados y tristes, y que la vida, a veces, saldaba cuentas pendientes. Fallecidos los dos protagonistas de aquella historia atroz, Gavaldá y don Pablo, la necesidad de impartir justicia se debilitaba porque no tenía sentido causar un dolor gratuito e innecesario a la hija de don Pablo, que no debía ser la víctima inocente de toda aquella trama.


Un día u otro tenía que hacerlo, así que aquel sábado por la tarde se decidió a buscar el testamento de su tío. En el hospital, le había dicho que lo tenía en el cajón derecho de la mesa de su despacho. Normalmente, salvo la asistenta que se cuidaba de limpiar la casa, nadie entraba allí. Aunque era un lugar muy adecuado y agradable para trabajar, mientras su tío estuvo en la residencia, nunca lo usó porque le parecía que ocuparlo era una falta de consideración hacia él y después de su fallecimiento siguió respetando aquel espacio.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora