Jaime fue nombrado consejero delegado. La convivencia entre un presidente ejecutivo con capacidad, en teoría, para hacer y deshacer, y un consejero delegado dependiente del consejo de administración no fue fácil. Nueve meses más tarde, don Pablo, incapaz de resistir la tensión y la humillación que le suponía la nueva situación, presentó su dimisión convencido de que no le sería aceptada, pero el consejo se la admitió. Ante la pérdida de confianza, no le quedó otra solución que negociar una indemnización y vender al consejo sus acciones, que estaban sindicadas. Poco después se trasladó con su hija a Estados Unidos y fijó su residencia en Boston. Jaime fue nombrado presidente ejecutivo de la empresa y Juan Mendizábal, a propuesta de Jaime, director general.
En aquella época, vivía solo en el piso de su tío porque hacía ya un tiempo que éste se encontraba en una residencia. No había dejado su pequeño apartamento de Sants, y aunque podía permitirse una cosa mejor, allí seguía guardando algunas de sus cosas, lo utilizaba para descansar y mantenía algunos de sus encuentros íntimos.
Cuando la salud de su tío se deterioró precisó que una persona lo atendiera durante el día, pero poco tiempo después necesitó otra para que lo cuidara por las noches, ya que las pasaba en constante agitación. Aquella infraestructura era muy inestable porque las cuidadoras se rendían con facilidad y desertaban de un trabajo que consistía en atender a un enfermo siempre inquieto, autoritario, malhumorado e irascible. Cuando la situación se hizo insostenible, no le quedó otro remedio que ingresarlo en una residencia. Aunque en un primer momento le pareció imposible que aceptara, logró convencerlo de que era lo mejor y más conveniente.
Todos los días iba a verlo al salir del trabajo. Su tío se quejaba sin parar de lo injusto de la vida, las falacias de los partidos de izquierda, sus dolencias físicas, los defectos de la residencia, las enfermeras, la comida, los programas de televisión, los otros enfermos, pero por fortuna no protestaba por el hecho de estar allí. Jaime era, posiblemente, la única persona de este mundo que se libraba de su malhumor, era la única a la que quería y en la que confiaba y a la que había concedido amplios poderes para gestionar su patrimonio y su dinero.
Un día lo sorprendió con una pregunta:
—¿Qué sabes de Amanda?
Jaime pensó que su tío empezaba a perder la cabeza. Hacía un tiempo que había observado que le costaba recordar las cosas recientes y cotidianas, pero recordaba perfectamente cosas de su niñez y juventud con extraordinaria precisión.
—Nada. Desde que se fue de casa, y de eso hace un montón de años, no hemos tenido ninguna noticia de ella
—Pero ¿no la has buscado?...
—Claro, tío, claro. Y usted también. ¿No recuerda que contratamos a una agencia de detectives?...
—Claro que me acuerdo, ¡leñe! No sirvió de nada y buen dinero que me costó ¡A saber dónde se ha metido esa chiquilla!... Escucha...
—Diga, tío.
—¿Si sabes algo de ella, sea lo que sea, me lo dirás? —pidió.
—Descuide.
—¿Seguro? —insistió.
—Esté tranquilo, si sé algo, se lo diré.
—¿Sabes una cosa?
—Dígame...
—Todos los días cuando me despierto me acuerdo de ella. Es curioso, ¿no? ¡Por las mañanas! Fue una lástima que se marchara de casa de aquella manera, sin una explicación.
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!