Capítulo 17

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Poco a poco, con mucha demora, fue sacándose el calcetín hasta que su pie quedó al descubierto.

Ella lo miró sin decir nada. Su rostro, al contrario de lo que él esperaba, no reflejó ninguna emoción.

Los dos estaban sentados en el borde de la cama. Ella se arrodilló en el suelo, tomo el pie en sus manos, lo observó, e hizo el gesto de aproximarlo a sus labios. Él, sobresaltado, intentó retirarlo, pero no lo consiguió.

—¡Qué haces! —dijo alarmado.

—¿Crees que tu pie puede hacer que dejes de gustarme? ¿Por qué te preocupa tanto algo que tiene tan poca importancia?

—No lo sé... Me avergüenza. Es feo, horroroso, hace que me sienta desgraciado, inferior, disminuido...

—¡Pero qué dices! ¡Con lo guapo que eres! Puede que muchas de las cosas que me atraen de ti se las debas a él.

—¡No digas tonterías!

—No las digo. Es posible que sin este pie fueras un valentón de piscina, un guaperas sin sustancia y no tuvieras la sensibilidad, la sencillez y el candor que tienes... No te imaginas cuánta maldad, miseria y horror va envuelta en belleza.

Hablar sobre su pie lo trastornaba, era algo superior a él, así que en cuanto le fue posible trató de cambiar de conversación. Con todo, fue la segunda vez en su vida que hablaba abiertamente de su defecto. La primera vez lo hizo con Laura, su amiga de la infancia y de la adolescencia, pero fue a Amanda a quien se lo mostró por primera vez.

—¿Cuándo me vas a contar tu secreto? —dijo en un intento de cambiar de cambiar de conversación.

—Te pica la curiosidad, ¿eh?

—No es curiosidad, tú me interesas...

—Eso que acabas de decirme es muy bonito.

Tardó unos segundos antes de continuar.

—Seguro que alguna vez te has preguntado qué hago en casa de tu tío.

—Muchas veces, la verdad.

—¿Y qué crees que hago?

—No lo sé...

—Sé valiente y dime lo que piensas... ¡Lo sabes!...

—Creo saberlo, pero me aterra pensar que es verdad...

—¿Por qué?

—Porque sé que esa verdad va a desgarrarme el corazón.

—Por desgracia no te será indiferente, pero al menos no te cogerá por sorpresa... Provengo de una familia muy sencilla, gente con muy pocos estudios, muy poco dinero y muchos problemas. Hasta los siete años, más o menos, fui una niña modélica, pero a partir de esa edad me afloró una rebeldía que me hacía estar contra todo y contra todos. En casa se desesperaban conmigo y no sabían qué hacer. Mi padre pensó que podía arreglarlo todo con un poco de mano dura, pero eso no hizo más que empeorar las cosas.

»Durante la adolescencia mi comportamiento empeoró: no estudiaba, faltaba a clase, discutía con los profesores, me peleaba con las amigas, sólo quería salir con la pandilla, fumar, beber, llegar tarde a casa y ennoviarme con uno y con otro... Siempre estaba castigada y siempre me saltaba las prohibiciones y los castigos. A los quince años ya me había escapado de casa dos veces, pero la razón por la que lo hice ya te la contaré en otro momento.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora