Habían transcurrido once días desde que «Vigilant» registró la última conversación entre don Pablo y Gavaldá. Durante ese tiempo, Jaime comprobó todas las noches si se había grabado una nueva conversación entre ellos, pero todo parecía indicar que aquella reunión tan esperada por Jaime no se había producido.
Cabía la posibilidad de que «Vigilant» se hubiera averiado, que su fuente de energía se estuviera agotando o que para volver a hablar del tema no hubieran utilizado la sala de juntas y lo hubieran hecho en cualquier otro lugar que les pareciera seguro. Lo primero era muy poco probable; lo segundo, muy extraño, dado el poco tiempo de utilización de la batería; y lo tercero, difícil de creer, ya que habían convenido en hablar sólo en la sala de juntas.
Ya casi había perdido la esperanza de escuchar algo más, cuando «Vigilant» registró una nueva conversación.
...
—¿Ha tomado alguna decisión?...
—Mire, Gavaldá, es un asunto difícil, puede que el más complejo que he abordado en mi vida...
—Pero tendrá usted alguna conclusión...
—Sí y no. La más firme a la que he llegado es que no soporto a mi mujer y que la quiero fuera de mi vida. Otra cosa es cómo me la saco de encima. Una manera es inasumible, pero segura. La otra, la que usted me aconseja, es más económica, pero tiene importantes riesgos...
Eran evidentes las dudas que don Pablo albergaba.
—Quisiera volver a hacerle una precisión importante —puntualizó Gavaldá, vigilante como un zorro—, yo nunca le he aconsejado que haga una cosa u otra. Usted me expuso su problema, y me limité a plantearle las posibles soluciones. Olvida que también le dije que podía no hacer nada y seguir con su vida de ahora...
—Eso último no quiero considerarlo.
—Bien, en este caso, quedan dos posibilidades...
—Una muy costosa...
—Efectivamente. Es la que sigue la mayoría de la gente. Tener patrimonio, supone tener que ceder una parte importante de él; si no se tiene, implica repartir la miseria. Siempre he mantenido que el divorcio sólo puede permitírselo la gente adinerada, aunque los pobres se empeñen en recurrir a él. Patrimonialmente. nadie sale indemne de un divorcio.
—Es muy duro tener que ceder una parte importante de tus bienes a una persona que no lo necesita, a la que hace mucho tiempo has dejado de querer y a la que, posiblemente, has empezado a odiar.
—Y no se olvide —remachó Gavaldá— de la lucha por los hijos, el régimen de visitas y el tener que continuar viendo a tu mujer, que ya ha dejado de serlo, en los tribunales, ¡para qué le voy a contar!
—Todas esas consecuencias son justamente las que trato de evitar, pero el otro camino me parece que implica un altísimo riesgo.
—Salvo que a usted le repugne moralmente, me parece una solución rápida, efectiva y de bajo coste. Yo no tengo ningún interés en que usted se decante por ella, pero me pregunto qué consideración debe de tener por una persona a la que ha dejado de querer, a la que no soporta y a la que quiere lejos de su vida. Me permito añadir un detalle más, esa persona a la que usted ya no ama, impide que usted pueda ser feliz con la mujer de la que está enamorado. ¿No es así?
—Lo que dice es cierto, pero todas esas consideraciones no aminoran el riesgo.
—¿Cómo cree que reaccionará su mujer cuando usted le diga que se quiere divorciar? Le hará la vida imposible y, por poco que pueda, le sacará el hígado. Mire, hace poco me encontré a una persona que hace unos años me pidió que le recomendara a un compañero para que le llevara el divorcio. Como me constaba que aquello fue una batalla campal, le pregunté cómo le iban las cosas y también por su mujer. Eso último lo hice para saber si ella todavía lo estaba asediando con nuevas demandas, ¿sabe lo que me contestó?
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el peso de la nada
RandomEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!