Capítulo 28

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Los exámenes finales estaban cerca. Jaime había cumplido la promesa que le había hecho a Amanda de estudiar, ponerse al día y recuperar el tiempo perdido, pero nada lo libraba de las prisas de última hora, de tener que dar el acelerón final, de ampliar al límite las horas de estudio y de soportar el miedo a no superar los exámenes pegado a su estómago como una hiedra.

La salud de su tío había ido de mal en peor. Estaba de un humor de perros y se pasaba todo el día refunfuñando, más que por la enfermedad en sí misma por no querer aceptar las limitaciones que le imponía. Su problema de próstata se había agravado y lo obligaba a levantarse por las noches tres o cuatro veces para ir al baño, por lo que encaraba el día completamente agotado. Por esa razón, muchas tardes no iba al almacén y se quedaba en casa medio adormilado en su sillón.

Tener al tío Eusebio contrariado, y encerrado en casa durante todo el día, hacía que todos terminaran irritados y nerviosos. Amanda era el principal objetivo de su malestar y la receptora de sus reproches, pero ella trataba de que todo eso le resbalara y, en apariencia, parecía conseguirlo, aunque la procesión le iba por dentro. Jaime, por su parte, se sentía totalmente impotente ante aquella situación que no sabía cómo manejar.

Pero, con todo, lo que más les preocupaba era tener que mantener sus relaciones íntimas con el temor de que su tío se levantara en cualquier momento y los sorprendiera.

—¿Por qué no vienes después de que se haya levantado?

—Porque hay veces que a los diez minutos de haberse levantado tiene que volver a ir al baño otra vez.

—Como también tiene la vejiga mal, tiene esa sensación continua de tener ganas de orinar...

—¡Vete a saber! Como no quiere que lo acompañemos al médico, sólo sabemos lo que nos quiere contar...

Les preocupaba tanto que su tío llegara a sorprenderlos en uno de sus encuentros amorosos que no se desnudaban del todo y no encendían la luz, con la torpe intención de ocultar una situación que, de ser cazados, no dejaría lugar a ninguna duda.

Una noche, Amanda se dirigió al cuarto de Jaime. Era bastante tarde porque esperó hasta que le pareció que el tío Eusebio había entrado en un sueño tranquilo y profundo.

Cuando llegó, Jaime estaba estudiando. Él se levantó de la silla y fue a su encuentro. Se besaron como si fuera la primera vez porque la obligada espera de lo ansiado había generado una fuerza parecida a la que desarrolla un muelle que se comprime y de repente se libera.

Sin decirse una palabra, Jaime se tendió en la cama, y ella se puso encima de él. Cuando se levantó la falda de su camisa de dormir, Jaime se dio cuenta de que no llevaba nada debajo; aquello encendió su imaginación y le produjo una gran excitación.

Poco a poco, Amanda se fue acomodando en él, moviéndose lentamente mientras permanecía erguida, por lo que Jaime tuvo que extender sus brazos para poder ponerle las manos en los senos. Mientras se miraban intensamente, sus movimientos eran lentos, sincronizados y profundos, aunque por su posición dominante era ella la que llevaba la iniciativa del ritmo y de la intensidad.

Se amparaban en la oscuridad que los envolvía y procuraban sofocar cualquier gemido que acompañara el encuentro de sus cuerpos. A través de la puerta medio abierta, observaron que el pasillo se iluminaba. Se quedaron inmóviles, respirando agitadamente, en un intento de valorar lo que estaba pasando.

—¡Se ha levantado! —susurró Amanda, al tiempo que ni se atrevía a descabalgarlo.

—No hagas ruido. Creo que va al baño...

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora