Capítulo 32

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Unos años después de la muerte de su madre Jaime terminó la carrera y entró en la empresa en la que trabajaba en la actualidad.

Si echaba la vista atrás, debía reconocer que en lo profesional había hecho cosas muy positivas, cosas de las que podía sentirse orgulloso, como haber accedido al comité de dirección, hacerse cargo del departamento de ingeniería, despertar expectación con sus nuevos productos de nanotecnología de vanguardia, incrementar considerablemente la cifra de negocios y firmar un contrato que le aseguraba un porcentaje sobre la cifra de negocios.

Pero también había hecho otras por las que se sentía profundamente arrepentido, como haber instalado a «Vigilant» y no haber reaccionado con presteza cuando supo que Gavaldá y don Pablo maquinaban acabar con la vida de la esposa de éste. Ese asesinato pesaba sobre su conciencia porque hubiera podido evitarlo siendo más diligente y decidido, pero el temor a complicarse la vida lo hizo dudar y perder un tiempo valioso. Cuando cayó en la cuenta de que con una nota de advertencia anónima tenía la manera de frenar aquel crimen, un cúmulo de circunstancias hizo que llegara tarde a su destino y no lograra evitar el fatal desenlace. Cuando todo se complicó no supo qué hacer, salvo lamentarlo.

Pero ahora veía con toda claridad que el remedio a su error era muy sencillo, consistía en hacer llegar anónimamente a la policía una grabación de lo que don Pablo y Gavaldá habían hablado. Si la enviaba con las debidas precauciones, nunca podrían relacionarlo con ella. Estaba decidido a que los culpables fueran castigados como se merecían y que su crimen no quedara impune Se dijo que nunca es demasiado tarde para hacer lo que se debe, pero ocurrió algo que trastocó sus buenas intenciones.

Era Helena:

—Jaime, don Pablo quiere que vayas a su despacho.

Unos minutos después:

—Pase, Jaime, pase. Aprovecho para presentarle a Almudena, mi hija. Ha venido a recogerme...

Cuando le dio la mano, le pareció una chica muy joven, casi una niña. Sin dar tiempo a otra cosa, don Pablo resolvió:

—Éstas son las aclaraciones que nos piden los americanos. Han llegado hoy, conviene que no demoremos la contestación.

—Por supuesto.

Conocer a Almudena le hizo pensar que denunciar lo que había ocurrido, vengar la muerte de la madre y castigar a los culpables era hacer justicia, pero también era causar un dolor innecesario. Con la delación, aquella chiquilla que había perdido a su madre en circunstancias horrendas, iba a enterarse de que su padre era el asesino. ¿Qué ventaja le reportaría conocer unos hechos tan truculentos? ¿Había alguna razón de peso para causarle un sufrimiento adicional e innecesario? Concluyó que lo más justo era protegerla de la verdad, pero esa decisión también albergaba otros motivos no tan altruistas: su indecisión, el recelo a complicarse la vida, el temor a perder su posición en la empresa y su desilusión por la vida al faltarle Amanda.

El trato con don Pablo le repugnaba porque le resultaba imposible olvidar quién era aquel hombre y lo que había hecho; sin embargo, cada día tenía más contacto con él, pues a don Pablo no se le escapaba el enorme potencial de Jaime y lo importante que era para la empresa la nueva línea de productos que él estaba desarrollando, por lo que lo distinguía con atenciones que no tenía para nadie más y le concedía todos los medios que le pedía.

—Necesitaría contar con alguien en el departamento en el que poder confiar para que me descargara del trabajo del día a día y poder dedicarme por entero a la investigación.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora