Capítulo 11

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Jaime era consciente de que pisaba un terreno muy peligroso. Aunque su tío no había hecho ningún comentario al respecto, ignoraba si le había molestado que Amanda y él hubieran ido juntos al cine, pero que no se hubiera manifestado no quería decir nada, ya que hablar poco, guardarse las opiniones y no exponer sus emociones era lo que iba con su manera de ser. Sin embargo, Jaime pensaba que no podía haberle hecho ninguna gracia y temía que en cualquier momento aquel malestar terminara aflorando. Que la propuesta de ir al cine hubiera partido de Amanda no cambiaba las cosas para nada, ya que si su tío llegaba a sentirse incómodo con aquella situación, las consecuencias podían ser imprevisibles, tanto para ella como para él.

Pero otro miedo todavía más intenso se apoderaba de él: se daba cuenta de que cada vez le resultaba más difícil alejar a Amanda de su pensamiento y que su obsesión por ella crecía como un tornado, alimentándose del mismo temor que lo generaba.

Se resistía a entender por qué se sentía atraído por ella. Cuando la conoció por primera vez le pareció una mujer poco refinada, aunque pudo advertir que su persona, su pelo oxigenado, su cuidada dejadez en el vestir, su maquillaje extremo, sus formas excesivas y sus movimientos lánguidos y faltos de energía desprendían un encanto oscuro y misterioso.

Más tarde despertó en él un interés y una curiosidad irrefrenable como nunca lo había hecho otra persona; sin embargo, no era eso lo que más lo preocupaba, lo que de verdad lo sobresaltaba era lo que no se atrevía a preguntarse: «¿Me estoy enamorando de ella?». Aunque se decía que no, el temor que le generaba esa duda seguía agarrado a su interior como una sanguijuela.

Si se enamoraba, verla a diario y convivir con ella iba a resultarle un suplicio, sería lo mismo que tratar de apagar un fuego con un bidón de gasolina. Además, ¿cuánto tiempo tardaría su tío en darse cuenta de su interés por ella? ¿Sería capaz de disimular cómo la miraba? Y si ella advertía sus sentimientos, ¿qué pensaría?, ¿Cómo reaccionaría? Una cosa era que le brindara su amistad, su confianza y su ayuda, y otra muy distinta que compartiera con él esa emoción.

Para tranquilizarse se decía: «Eso no ocurrirá, no estoy enamorado de ella ni me voy a enamorar. Reconozco que me atrae, pero de eso a estar enamorado... ¡No son más que fantasías! Es simpática, directa, agradable, pero también es mayor que yo, poco instruida, no es mi tipo de mujer, puede que hasta sea un poco vulgar. ¿Entonces por qué la miran los hombres cuando vamos por la calle?».

Si al principio había dudado de cuál era la relación entre su tío y ella, a estas alturas ya no le cabía duda alguna de que era la pareja o la amiga de su tío. Era evidente que su relación era especial por así decirlo, y que los unía un lazo sentimental, con un nudo sumamente complicado, pero lo suficientemente bien anudado como para mantenerlos unidos.

Ninguno de los dos parecía desprender felicidad con aquella coexistencia en la que el diálogo era prácticamente inexistente, escaseaban las muestras de cariño y el rasgo más sorprendente era la tolerancia que su tío desplegaba ante las provocaciones y desplantes de ella.

Algunas noches Amanda rompía su costumbre de ver la televisión hasta bien tarde y se retiraba a dormir al mismo tiempo que su tío. En aquellas ocasiones, bastante distanciadas en el tiempo, mientras Jaime estudiaba oía como hablaban, aunque nunca lograba entender lo que decían. Tras un breve silencio, le parecía escuchar lo que creía eran una serie de palmadas secas, a cada una de las cuales seguían unos gemidos ahogados. Todo aquello terminaba abruptamente con un silencio, espeso y pegajoso como una melaza, que se apoderaba de las cuatro paredes de aquella habitación y que no permitía que nada de lo que allí pasaba saliera al exterior. Al cabo de un rato se abría la puerta y Amanda iba al baño, después a la cocina y, finalmente, se sentaba en el salón y encendía el televisor.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora