Lo que «Vigilant» recogía puntualmente no siempre tenía interés para Jaime; sin embargo, había algo que nunca dejaba de captar su atención: las conversaciones entre don Pablo y el abogado Gavaldá.
A través de ellas supo que el abogado intervenía en unos negocios en calidad de socio y en otros como testaferro de don Pablo. El que lo hiciera de una u otra forma tenía que ver con el tipo de actividad desarrollada: si era legal, como los dos restaurantes de la Costa Brava, lo hacía en calidad de socio, pero en otros, como el inmueble que tenían cerca de la frontera con Francia, obraba como suplantador de don Pablo. En este último, un prostíbulo disfrazado de hotel, además de chicas y alcohol, no era difícil encontrar a quien facilitara drogas de todo tipo. En ese ambiente, el abogado se movía con la facilidad con la que lo hace un sapo en una charca cenagosa, bebía, esnifaba, manoseaba a las chicas y probaba la mercancía en cuanto tenía la menor oportunidad.
En sus reuniones dedicaban mucho tiempo al control del dinero que generaban algunos de sus negocios y a las estrategias para blanquearlo. Una parte de ese dinero lo utilizaban en operaciones difíciles de rastrear por el fisco: don Pablo lo destinaba a cubrir algunos de sus gastos particulares, como viajes, fiestas y regalos, y Gavaldá a fundirlo en lo que era su gran debilidad: el póker. El resto lo ingresaban en cuentas numeradas en Andorra, aunque en palabras del abogado, ese principado ya no era un refugio seguro debido a la presión europea. Por esa razón, aunque fuera algo más complicado por la mayor distancia, ingresaban el dinero en Suiza o Luxemburgo y de allí lo trasladaban a otros paraísos fiscales que consideraban más opacos.
Era evidente que don Pablo confiaba en Gavaldá, aunque a Jaime le costaba entenderlo y le parecían excesivos los riesgos que asumía con aquella asociación. ¿Qué necesidad tenía de adentrarse en aquellos rastrojos en los que podía terminar por dejar la piel? ¿Acaso no tenía todo lo que razonablemente podía desear? ¿No era suficiente una esposa elegante, refinada, de buena familia, una hija que estudiaba en Suiza y un patrimonio importante?
Un día, cuando ya no pensaba que «Vigilant» pudiera sorprenderlo, escuchó dos grabaciones que lo impactaron. La primera se produjo alrededor del mediodía y recogía una conversación entre don Pablo y el consejero Abengoa.
—Lo escucho, Abengoa, lo escucho...
—El motivo por el que le he pedido que nos reuniéramos es para comunicarle que dejo mi puesto en el consejo de administración...
—¡Pero qué me dice usted, Abengoa! ¿Cuál es la razón de esa decisión? —exclamó don Pablo haciéndose el sorprendido.
—Motivos personales —dijo, casi en un susurró.
—¡Ah, no! Me resisto a perder a una persona de su valía con una explicación tan poco convincente. ¿Acaso se trata de un tema de salud? Le ruego que se sincere conmigo —La caradura y frialdad de don Pablo era inexplicable.
—Afortunadamente, no es ningún problema de salud...
—¿Se encuentra usted incómodo en el consejo? Algunas veces hemos tenido criterios encontrados, pero espero que no sea ése el motivo...
—De ninguna manera.
—¿Qué es, entonces?... Me gustaría que no viera en mí al presidente del consejo, sino a un amigo —¡Aquello era pura maldad!
—Le ruego que lo que le voy a decir se quede entre nosotros —El pobre Abengoa no tenía ninguna habilidad para escoger a su confesor—. Hace ya algún tiempo que estoy siendo víctima de un chantaje...
—¡No me diga! ¿Y quién se lo hace?
—No lo sé, no tengo ni idea. Sólo sé que alguien tiene unas fotos muy comprometedoras...
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el peso de la nada
RastgeleEn esta historia, como si de un cóctel ideal se tratara, el autor mezcla ternura, amor, sexo, ambición, éxito, fracaso, obsesión, temor, angustia, reflexión, trascendencia... ¿El resultado? ¡TE ATRAPARÁ!