Capítulo 29

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Las dos semanas y media que duraron los exámenes finales exigieron lo mejor de Jaime. Pero todo termina pasando, tanto lo bueno como lo malo, aunque a diferente velocidad subjetiva.

Cada vez que iba a consultar el resultado de un examen y recorría la lista de nombres buscando el suyo, el corazón le latía con tanta fuerza y tan aceleradamente que parecía que iba a salírsele del pecho. Después, cuando llegaba a casa, Amanda le preguntaba:

—¿Qué?...

Él la miraba y su sonrisa lo explicaba todo.

Un día, cuando los exámenes terminaron, Amanda le dijo, al tiempo que le daba un beso apresurado en la mejilla:

—Tengo un regalo para ti. Quiero que celebremos que has cumplido con lo que me prometiste y has sacado adelante todos los exámenes. He pensado dártelo el domingo, pero tendrás que colaborar conmigo para que pueda hacerlo.

—¿Un regalo?... ¿Y en qué tengo que colaborar?...

—En fingir que hacemos cosas por separado. El domingo, durante el almuerzo, dirás que vas al cine por la tarde con unos amigos de la facultad. A la hora en que más o menos termine la película le diré a Eusebio que salgo un rato a pasear y ver tiendas. Nos encontraremos en una cafetería... Y no te digo nada más porque es una sorpresa y no quiero que pierda la gracia... ¿Entendido?...

—Lo que tú digas...


Según lo convenido, el domingo durante el almuerzo, Jaime comentó que iba a ir al cine con unos amigos. Su tío no dijo nada. Cada día estaba más huraño y menos hablador. Amanda no aportó ningún comentario adicional.

Cuando llegó la hora, Jaime se arregló, salió a la calle y se dirigió al cine. Sacó una entrada para la primera sesión de la tarde y vio la película, aunque sin prestarle mucha atención porque la tenía puesta en tratar de averiguar el porqué de toda aquella maniobra. Antes de las seis de la tarde ya estaba en la calle.

Un poco antes de esa hora, Amanda le comentó al tío Eusebio:

—Voy a dar una vuelta y distraerme un poco viendo escaparates. ¿Quieres acompañarme? —le dijo, asumiendo el riesgo de que aceptara su propuesta, aunque hubiera sido la primera vez desde que lo conocía que se decidiera a hacer algo semejante.

—¿Has perdido el juicio? ¿Qué se me ha perdido a mí en los escaparates? —adujo, en un pobre intento de justificar su negativa.

—Te lo decía porque llevas días sin salir a la calle. Hace una tarde estupenda para dar un paseo —le replicó, volviendo a arriesgarse.

—Si hace tan buena tarde como dices, iré al Círculo, pero no a dar vueltas como un bobo por Barcelona, metiendo la nariz en escaparates que no me interesan.

—Sí, cariño —dijo, engarzando con esas dos palabras mágicas la frase perfecta, el conjuro mágico con el que una pareja puede evitar cualquier discusión.

—¿Llegarás tarde?...

—En esta época apetece pasear, pero a las nueve ya estaré aquí. No creo que mis pies aguanten mucho más tiempo.

—Si no llevaras esos tacones tan altos...

—Antes te gustaban.

—Una cosa es que me gusten, y otra que sean indicados para pasear.

—¿Quieres que te pase a recoger por el Círculo? —y volvió a aventurarse a que le dijera que sí, pero sabía que a él nunca le había gustado que lo fuera a buscar, posiblemente porque no quería dar explicaciones a sus amigos sobre quién era ella.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora