2. BREEZE

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Los Ángeles. Después de largas horas habíamos llegado al fin. Por unos momentos pensaba: nueva ciudad, nuevo comienzo. Pero la vida no funcionaba así. Los remordimientos te perseguían, los errores siempre se cargaban, haciendo que avanzar y olvidar se hiciera más complicado. Nada cambiaba el hecho de que no fuera buena persona. Pues aunque quisiera negarlo, mis fantasmas jamás me dejarían en paz, y uno en especial no iba a hacerlo nunca.

—¿Sabes dónde viviremos Bree? —me dijo Sowie sacándome de mis pensamientos.

—No tengo idea —vi a mis padres acercarse.

—Iremos de una vez a nuestra casa, ¿no olvidan nada? —preguntó mi padre.

—No, ya tenemos todo aquí papá, será mejor que nos vayamos.

Los cuatro salimos del aeropuerto. Fuera se encontraba estacionado un jeep negro.

—Suban, ese es nuestro nuevo auto —mi padre indicó el jeep. Mi hermana y yo nos miramos y luego a la maravilla que teníamos ante nosotras.


Se podía ver personas por las calles, a pesar que era algo de las 3 de la madrugada. Llegar a un nuevo lugar era extraño y a la vez emocionante.

Unos 40 minutos después llegamos a lo que sería nuestra casa. Había una entrada impresionante que daba bienvenida a aquel inmenso lugar. Ingresamos por el camino que nos llevaba a la casa, no era tan largo, pero a los lados podía ver el césped. Dentro se podía ver una casa blanca tremenda de tres pisos. Tenía balcones y muchas ventanas. Habían farolillos que alumbraban el exterior de la casa. Se podía ver el jardín muy bien cuidado. La casa se veía impresionante.

Mi padre detiene el auto frente a la entrada. Sowie y yo bajamos sin perder de vista los detalles. Me parecía que esa casa era demasiado grande para los cuatro, pero a la vez perfecta.

—¿Aquí es donde viviremos? —preguntó Sowie asombrada.

—Sí, este será nuestro nuevo hogar —contestó mi madre con una sonrisa.

Subimos las maletas por las escaleras de la entrada y mi padre sacó una llave. El interior nos dejó sin palabras. El piso era de loza blanca. Los muebles de roble y  los sofás negro daban un aspecto acogedor. Las paredes eran blancas y tenía algunos cuadros.

El recibidor era muy bonito, y la sala era magnífica. Quería recorrer cada rincón de esa casa, pero el cansancio era más grande que mis ganas de conocer aquel maravilloso lugar.

—¿Cúal será mi habitación? —pregunté.

—En la segunda planta se encuentran las habitaciones, puedes escoger la que desees —me dijo mi madre.

Subí las escaleras, siguiendo las indicaciones que mi madre acababa de darme. El pasillo en la segunda planta estaba adornado con pequeños faros al lado de las paredes blancas. Las escaleras que continuaban hacia el tercer piso se situaba al frente y centro de la planta, al lado derecho había una pequeña sala con algunos muebles y un televisor. Por el lado izquierdo había un pasillo con cuatro puertas, dos a cada lado del pasillo. Me decidí por la última del lado izquierdo.

Al final había una ventana que daba vista a la parte trasera de la casa, la luz de fuera lograba alumbrar parte del interior de la casa. Avancé y fui directo a la habitación que había escogido.

En medio estaba una cama con cubrecama y almohadas que eran de color blanco y rojo. La luz de la luna ingresaba a través del ventanal que daba a la terraza. Puse mi maleta a un lado y me dejé caer sobre la cama. La habitación era espaciosa y eso me gustaba, además creía haber visto una puerta a un lado, no sabía con exactitud, pero estaba demasiado cansada como para regresar a ver. Vi la hora en mi celular, eran las 4:10 de la madrugada, el sueño me ganaba, de modo que cerré los ojos y me quedé dormida.

You... my beginningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora