Capítulo 4: Primer día para todo

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El móvil de Dylan sonó un vez que la ciudad ya se había despertado. Él se despertó por el ruido y la vibración del móvil en su bolsillo, pero en cuando abrió un ojo, el ruido de la calle le despertó del todo.

Se incorporó un poco, apagó la alarma y se frotó los ojos. Cuando se miró en el espejo que había frente a su cama, se dio cuenta de que llevaba aún los vaqueros del día anterior puestos, así que decidió asearse antes de despertar a Simon.

–¡Simon despierta!– Le dijo dando un par de golpes en la puerta de su habitación cuando terminó de prepararse.– ¡Primer día de cole!

Después de aquello, fue a la cocina y preparó el desayuno. Casi siempre lo preparaba él en Kansas, así que tenía práctica en lo que le gustaba a Simon y lo que no, por lo que para cuando Simon llegó al comedor, el desayuno estaba servido.

–¿Como has dormido, enano?

–Bien. Aunque eché de menos a mamá y a papá por un momento.

Para un niño de la edad de Simon, estar separado de sus padre podía ser duro, pero no para Simon. Después de todo lo que habían vivido, ambos sabían que aquello era lo mejor, aunque eso no quitaba que no les quisieran.

–Si quieres esta tarde puedes llamarles. Pero ahora tienes que centrarte en el colegio, ¿vale?

–Vale.

–Y recuerda que tus libros te los dará tu profesora.

–Ya lo sé.

–Muy bien, chico listo, coge tus cosas. Nos vamos.

Simon cogió todas sus cosas y después ambos salieron de casa. Esta vez era Simon quien guiaba a Dylan ya que él había sido quien había buscado la escuela en el mapa que había cogido en la estación de autobuses la noche anterior.

Nueva York cambiaba muchísimo de día, y Simon tenía que tirarle del brazo para no llegar tarde. Aunque al llegar al colegio, Simon se quedó clavado en las puertas de este al ver a tanta gente.

–¿Quieres que entre contigo?–Dijo arrodillandose junto a él.

–No.– Dijo con un si fuera algo realmente embarazoso.

–Está bien. Vengo a buscarte a las tres.

–Puedo volver solo.

–Esto no es Kansas, Sy. Además, no quiero que vuelvas solo. Al menos hoy no.

–Vaaale.

–Nos vemos luego.– Dijo Dylan levantando su puño y Simon chocó el suyo.

Dylan se levantó cuando Simon salió corriendo hacia el colegio. En Kansas siempre volvía solo del colegio pero por que él y su padre estaban trabajando, y su madre nunca se acordaba de ir a buscarle. Dylan esperó mientras todos los niños entraban en el colegio y como todos los padre se iban a trabajar, o bueno, casi todos. Una chica a su lado de pelo negro corto casi por los hombros le miraba con una media sonrisa.

–¿Padre joven?– Le preguntó.

–Nah. Hermano mayor responsable.

–Que suerte tenéis algunos.– Sonrió nostálgica y después se marchó.

Dylan no comprendió muy bien aquel último comentario, pero supuso que se suponía a que aquella mujer era madre joven. Muy joven, ¿cuanto le sacaría a él? ¿Cinco años? El caso es que era demasiado joven como para ser madre.

Él resto de la mañana, Dylan se dedicó a buscar un trabajo. Su primer día en la ciudad y lo pasó buscando trabajo. Había recorrido las calles de Manhattan de punta a punta intentando buscar un trabajo. Su padre le había dicho que podía ayudarles económicamente si lo necesitaban, pero Dylan sabía muy bien que ellos también necesitaban el dinero.

Cuando se acercaba la hora de ir a recoger a Simon a la escuela, aún no había conseguido nada, pero no podía rendirse, así que no dormiría tranquilo hasta que empezase a ganar su propio dinero.

De camino de nuevo al colegio de Simon, Dylan pensaba en los diferentes clases de trabajos a los que podía optar. Había trabajado casi toda su vida de camarero en Kansas, y tampoco es que le entusiasmara.

Estuvo pensando en aquello hasta que vio a Brook al otro lado del la calle. Llevaba gafas de sol, ropa de entrenar y una mochila colgada de sólo un hombro. Pensó en llamarla, pero vio que iba escuchando música y decidió no molestarla. Había recorrido las calles y no había visto ningún gimnasio, así que decidió seguirla y averiguar a donde iba.

Inconscientemente, Brook le llevó a una calle con un montón de locales cerrados. Ella entró en uno donde había un cartel luminoso, ahora apagado, donde podía leerse 7 diamonds. Se acercó a la entrada y vio que el local abría a las nueve.

Dylan sonrió un poco, y pensó en que aquello podía merecer la pena, así que volvería aquella noche.

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