Capítulo 63: "¡Nuestro destino empieza con una despedida!"

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Muchas veces no sabemos lo que tenemos hasta que al final... lo perdemos tristemente. Sin embargo, no siempre las cosas son narradas de ese modo, ya que hay personas que valoran los recuerdos, los momentos, y lo que tienen en el mismo presente cada segundo. Yo por mi parte, sé que inevitablemente los roses los he tenido con mi familia; los he experimentado como cualquier otro adolescente, y ahora como persona adulta también alguna que otra falta de entendimiento. Pero aún con todos esos fallos, sé que los padres no son seres perfectos, y que nosotros (los hijos), somos los maestros encargados de darles las más importantes lecciones.
Sin embargo... ¿es verdad todo aquello que se dice? ¿Está bien tener vínculos tan fuertes y a la vez tan flaqueantes? Porque para ser sincero, no me había dado cuenta de lo mucho que me dolió su fallecimiento hasta que los finos dedos que me criaron, tocaron mi rostro.

—Madre —mis labios temblaban, todo mi cuerpo lo hacía inconscientemente, y a su vez, lentamente, fui poniéndome de pie.

De un momento a otro, el escenario en el que anteriormente me encontraba se había difuminado, y en su lugar, apareció una vacía aunque clara habitación salmón que nos rodeaba a ambos.

—Todo estará bien ahora, Dalton —murmuró ella suavemente. Su tono me embelesaba, e incluso, me hizo olvidar lo extravagante que era la situación, no obstante, aquello duró mucho más, ya que me invadió un terrible terror ante un supuesto que me había pasado por la mente.

—¡Tú no deberías estar aquí! —le declaré a mi progenitora.

—No te ves muy feliz de vernos, hijo —una voz salió de detrás de ella, y al levantar mi mirada a la dirección de dónde ésta provenía, pude observar a mi padre, quien inmediatamente me dejó atónito, además, sentí cómo mi cuerpo sufrió un cambio brusco de temperatura; primero fue frío, y después calor, lo que indicaba que era mi presión yendo y viniendo como una montaña rusa.

—No temas muchacho, no estás muerto —un tercer individuo se manifestó, y por lo visto, esta vez se encontraba a mis espaldas. Al girarme, vi a la anciana.

—Eres tú. ¿Dónde se supone que estoy entonces? —pregunté desconcertado.

La respuesta que tanto deseaba por su parte, tardó en llegar, o más bien, nunca lo hizo, ya que ella me señaló con sus orbes que volteara a ver a mis padres, lo cual hice sin muchas más opciones. Sus rostros se expresaban más relajados que cuando estaban vivos. Sin embargo, verlos me deprimía, principalmente, porque la culpa que sentía me carcomía el alma.

—No tienes que resentirte contigo mismo Dalton, así que no te angusties —como si mi madre me leyera el corazón, ella soltó aquellas palabras con el motivo de consolarme.

—¿Qué? —volví en mí al escucharla.

—Como ha dicho tu madre, no es tu culpa que las cosas hayan resultado de esta manera —mi padre rodeó los hombros de su esposa, y me sonrió calmado—. No estamos aquí para reprocharte, ni librarte de un dolor que está fuera de nuestro control.

—Lo que tu padre quiere decir con eso, es que vinimos especialmente para despedirnos —mencionó a ojos cerrados mi mamá.

Me quedé completamente mudo, no porque no tuviera cosas para decirles, sino porque esto significaba verlos por última vez; significaba el adiós definitivo.
Debido a esos perturbadores datos, apreté mis puños con tal firmeza, que me clavé las uñas en mis palmas, pero no sucedió así, o al menos la ausencia del tacto me lo hizo entender de ese modo. Para cuando bajé la mirada, me di cuenta de que ese mundo salmonado, estaba constituido por sueños, y aunque el dolor no existiera, la sangre brotaba por sí misma, al igual que lo hacía con mi herida anteriormente provocada por aquel sociópata. Las gotas de carmín, caían a un vacío que se instalaba debajo de nosotros en un suelo inexistente hasta desaparecer en un profundo mar del mismo color.

Soy un temerario mi amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora