Capítulo 4: Revelaciones

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Era tan joven en esa época en la que te conocí que, por aquel entonces creía que el mundo para mí no tenía colores; realmente no había luz que pudiera alcanzarme, pero como un fuerte resplandor tú entraste. Sin saberlo, abriste una ventana y pasaste por aquel marco como si fueras un ángel que estaba decidido a salvarme. ¿En qué estaba pensando? ¿Me enamoré de cualquier tipo de ángel? Ahora, ¿quién me había salvado iba a traicionarme? ¿Qué es lo que debería hacer? La verdad no estoy seguro de nada, pero en esta situación no pude evitar pensar el por qué empecé a amarte tanto. Y de este modo, los recuerdos se desbordaron en mi mente como los mismos relámpagos que caían sobre nuestras cabezas en este tan desastroso momento, por lo que llevé una de mis manos a mi rostro, cubriendo así la mitad de éste y sintiendo cómo el corazón se me desgarraba. Dentro de aquellos primeros recuerdos, cuando decidí volverme tu sombra, al inicio no pude discernir lo especial, no obstante, más adelante me encontré con muchas sorpresas; en una de tantas, estabas paseando por la calle de regreso hacia tu casa como de costumbre, y yo creí que sería una tarde más de las tantas, y quizás hubiera perdido el interés después de esto, al creer que solo eras una chica más del montón. ¿Pero sabes qué?, no lo eras. Mientras te perseguía, pude ver que te detuviste de improviso, y que el sol abrazador, no fue lo suficiente hostigador como para obligarte a que siguieras tu camino, además, estoy seguro hacía tanto calor, que en el asfalto podías cocinar algo ahí, aun así, te mantuviste sobre ese lugar observando algo que no podía lograr distinguir con sencillez, así que, debido a esa situación inesperada, incliné mi cabeza mientras te miraba en señal de confusión. Pasaste unos minutos tal vez reflexionando sobre algo, hasta que al fin te moviste yendo al borde de la calle, y allí te agachaste. A tus pies tenías un escarabajo negro, que estaba con su caparazón contra el abrazador asfalto, mientras que sus largas patas se estiraban hacia a Apolo; en ese momento aún me encontraba muy desorientado, por lo que pensé que ibas a matarlo, pero en lugar de eso, lo tomaste con cuidado con tus manos, y te lo llevaste rápidamente de ahí a un árbol cercano. Recuerdo que lo elegiste con esmero, queriendo, quizás, conseguir el que parecía tener la sombra más fresca, y apenas te decidiste, lo colocaste sobre una de sus ramas, y moviste tu mano frente a él con la inocente idea de darle algo de viento, pues no había ninguna brisa que pudiera siquiera sacudir las hojas de aquel gran roble. Para tú fortuna, el escarabajo respondió a tus buenas acciones, lenta y sigilosamente, pero volvía a vivir de nuevo. De este modo, nunca antes me sentí tan sorprendido. Observarte me permitió comprender que amabas la vida; tu noble corazón me había cautivado una vez más. Sin embargo, no fue la única hazaña de la que fui testigo. En otras oportunidades, te vi salvar no solo a escarabajos, sino que también repartir dulces a los niños de buena voluntad, e incluso llegué a ser testigo de cómo te esforzabas por pagar tus estudios. Eras una chica: fuerte, luchadora, admirable, y hermosa; lo eras y lo eres. ¿Cómo no iba a poder enamorarme de alguien así? No obstante, ahora me encontraba completamente perdido en una nebulosa, pero no se trataba de una de esas en la que te desorientabas por sus más bellos pigmentos, sino una en la cual su brillo se perdía y se transformaba en un hoyo negro. Es así que, en lo que me dejaba atrapar por mis pensamientos, sentí desde la lejanía que tú aún estabas anonadada por la reciente confesión. Sin embargo, esto no obstruyó tu respuesta; como si el sonido de la naturaleza hubiera desaparecido en unos cortos segundos, me permitió escucharte más claro que nunca.

—Lo siento Gael, no puedo aceptarte, pues no siento lo mismo que tú.

De alguna manera, recuperé el aire que perdí, y mi espíritu se vio revitalizado. Mis piernas tampoco podían creerlo, y para descansar de la momentánea tensión, me dejaron caer sobre el suelo quedándome ahí sentado, a continuación, resoplé; no podía estar más aliviado. Ese instante, dejé mis manos también reposar en el mojado asfalto, sintiendo a su vez la suciedad mezclada con algo de barro que manchaba mis deterioradas vestiduras.

Soy un temerario mi amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora