cried

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Cried

14 de febrero

Casi a una semana de lo ocurrido, mi situación no había hecho más que empeorar.

No salía de mi cabaña más que para ir a buscar comida. Comía sola, sentada en el medio del lugar, con la mirada perdida en la nada. Lloraba casi todo el tiempo, y también bebía mucha agua por ese motivo. Dormía más de lo que debería, y me bañaba menos seguido de lo que me gustaría admitir.

Mis días se pasaban lentos y aburridos. De todas formas, no merecía sonreír ni una vez más. Había destrozado a mi mejor amigo, quien hasta ahora, ha sido el amor de mi vida.

Estaba más sola de lo que nunca había estado.

Austin había viajado a ver a su madre. Casi se quedaba por mi culpa, pero los pasajes de avión los tenía reservados hace rato.

Percy mandaba mensajes-Iris a diario, en los que se sentaba y me hablaba, mientras yo lloraba y lo miraba, sin emitir palabra alguna.

Leo no se había enterado, y no se lo iba a contar. No estaba segura de cómo se había enterado mi hermano, pero no necesitaba a nadie más dándome atención y compasión que no merecía.

Quizá lo que más me dolía luego del tema de mi mejor amigo era la ausencia de Jake. Pasó dos días inconsciente en la enfermería después del ataque de Nico. Apenas despertó, Quirón lo envió de vuelta al campamento Júpiter en un vuelo de primera clase, a pesar de sus insistencias en no irse. Me lo había contado todo en mensajes-Iris él también.

No hablaba con nadie más que conmigo misma, cuando sabía que nadie más me estaba escuchando. No contestaba las palabras de mi amigo o de mi hermano, quienes a diario me llamaban, simplemente para verme e intentar arreglar algo que no tenía arreglo.

Me había quedado sin pijamas limpios, dado que básicamente tenía dos. Había decidido quedarme con una camiseta sin mangas y unos shorts.

— ¡Ponte algo, Sammy! —exclamó Percy apenas me vio—. Te vas a congelar.

Lo miré sin expresión alguna, y no hice ni amago de moverme. La fuente que estaba a unos metros de distancia iluminaba mi cabaña en medio de la noche.

La expresión de mi hermano era cada día peor. No podía hacer nada por mí. Ni siquiera tenía el permiso de dejar el otro campamento para venir a verme.

Me miró con pena varios minutos más, para luego desearme las buenas noches e irse a acostar.

Fui hacia el armario y tomé una manta de allí. Al sacarla, se cayó una caja llena de cosas que no recordaba. La miré indiferente, pasé mi pie por encima de los objetos casi indefinidos por la oscuridad de la noche, y seguí mi camino. Tomé una almohada, la lancé al suelo, y me tiré sobre ella. Me envolví con la manta, consciente de que me moriría de frío, y de que había muchas más en el armario, y me quedé quieta.

Merecía todo aquello que me estaba pasando.

how we grew;; di angelo [ES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora