CAPITULO 6

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Una hora era demasiado y el café estaba iluminado en exceso, las paredes de cristal ofrecían unas maravillosas vistas del interior. Iris se acurrucó en su rincón y no perdió de vista a nadie de los que entraban en el local. Los tiempos de espera hasta subir al tren eran lo más molesto del viaje, prefería estar en movimiento. Atrapar a alguien que se quedaba quieto era muy fácil.

Uno de los tipos de la mesa vecina volteó hacia ellos e Iris se aproximó instintivamente a Piedrecita, pero el interés del hombre residía en la lanza que Lars había apoyado en la pared y que amenazaba con caerse al suelo.

- ¿Tienes frío? - preguntó Piedrecita.

Ella negó con la cabeza y, para su propia sorpresa, se dio cuenta de que unas lágrimas empañaban sus ojos. Genial, Iris, ponte a lloriquear. Solo porque alguien quiere saber cómo estás.

- No, todo está bien - respondió y se separó un poco de Piedrecita - . Me gustaría que nos fuéramos ya.

- Pero ¡no has comido nada! ¿Quieres un café? ¿Un bagel? Están buenos. Te lo pago yo, ¿sí? -

 - No - tomó la mano de Piedrecita y la apretó—. Gracias. Pero no me entra nada.

Entraron otros, Iris se echó hacia atrás, pero solo eran el estudiante modelo, Alma y Roderick, que olfateó fuertemente y luego se fue junto a Arno. 

- Salimos dentro de veinte minutos - les informó Paul - . Intenten dormir las próximas cuatro horas, mañana no tendrán tiempo ni de dar unas cabezaditas. Hemos preparado unos planes estupendos para ustedes - los miró uno por uno - . No van a poder quejarse de falta de distracciones.

Quien quiera pedir algo más, que se de prisa, nos vamos dentro de diez minutos.

Piedrecita fue a buscar dos bagels más y un capuchino, del que Iris, previa invitación del joven, sorbió la espuma. Por encima del borde de la taza vio cómo Sandra le daba trocitos de muffin a Bastian, como si fuera su perrito faldero.

El andén en el que debía parar el tren estaba casi vacío. Iris no quitaba la vista del reloj. Las once y treinta y cinco. Sintió un hormigueo en la espalda, se dio la vuelta, pero no había nadie. Y si estuviera tampoco lo verías. Apretó la bolsa del arpa con más fuerza y deseó que llegara el tren ya. Cuando por fin apareció, fue la primera que subió al vagón, y la primera que entró en el compartimento reservado. Cerró las cortinas.

Respiró.

- ...No te sorprendas, siempre es así de desconsiderada - dijo alguien en voz baja. Sandra, por supuesto; la vio en el hueco de la puerta, jalando a Bastian para conducirlo al compartimento de al lado. Iris cerró los ojos. Probablemente no iba a dormir, pero por lo menos simularía hacerlo.

Las 4:23. Bastian tenía la impresión de que su cabeza estaba llena de cemento líquido. Resbaló por la escalerilla y casi se cayó del vagón, más que bajar. ¿Llevaba todo el equipaje? Sí, era de esperar. En cualquier caso, ya era demasiado tarde porque el tren se había puesto de nuevo en marcha.

Todavía estaba oscuro. Medio agotados, medio muertos de sueño, los compañeros de viaje de Bastian se agruparon en la escalera del paso inferior. Él estaba en segunda clase... contra lo esperado se había dormido inmediatamente después de Múnich y Paul acababa de despertarlo de forma bastante grosera.

- ¡Tenemos que ir al andén número uno! - gritaba ahora, su voz sonaba inusualmente fuerte en plena noche y en medio de aquella estación vacía - . Pero no se agobien, nos quedan aún veinte minutos. - Sus pasos resonaban en la escalera. Se cruzaron con un trabajador de la estación, que los miró torciendo la cabeza - la lanza de Lars llamaba toda la atención- ; salvo él no había ni una persona en kilómetros a la redonda. Subir el equipaje en el maletero no tenía sentido porque el viaje no duraría más de veinte minutos.

SaeculumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora