CAPITULO 37

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La luz que se infiltraba a través de los árboles y alcanzaba el suelo del bosque era de color naranja. "Ya no falta mucho", se dijo Iris. Lo conseguiría antes de que se escondiera el sol. Se detuvo una vez más y escuchó por si Paul y el equipo de socorro estuvieran acercándose ya. No. Por lo menos no se oía nada aún.

Se apoyó en un árbol y cerró los ojos por unos instantes. No fue buena idea. Enseguida sintió el dolor de sus pies, cada músculo de sus piernas y el agotamiento que se adueñaba de su cuerpo. Continuar caminando era la consigna. Ni hablar de esperar a los otros. Bastian necesitaba agua y luz, pero sobre todo esperanza.

Durante el siguiente trecho el camino subía ligeramente, pero las plantas que crecían entre los árboles eran bajas. Una suerte. No tendría que levantar las piernas a cada zancada como si fuera por la nieve.

Cuando llegó a la cima, hizo un breve descanso. Desde allí ya casi se podía ver el prado.

Un soplo de viento le apartó el cabello de la frente. Agradeció aquella brisa que le refrescaba el rostro... y tuvo el mismo sobresalto que si la hubieran golpeado.

El olor.

Holston, aquel tabaco barato con un asqueroso aroma a vainilla. Como a pudin vomitado.

Se agachó involuntariamente. No estar, ser invisible, más inmaterial que el aliento.

¿Dónde estaba?

Despacio, aguantando la respiración, se puso en pie otra vez. Un milímetro tras otro. Escrutó en la dirección de donde procedía el olor.

Su pelo estaba perfectamente camuflado en el ocaso naranja. Simon fumaba recostado en el tronco de un árbol, a unos buenos cincuenta metros de ella, y le daba la espalda.

No me ha visto.

Debía apartar la vista de él; si no, notaría su presencia y entonces... 

Lo oyó decir algo. Solo entonces se dio cuenta de que no estaba solo. A su lado, casi tapado por completo por el árbol, había otra persona. Un hombre, bastante alto.

Fuera quien fuera, significaba su salvación porque atraía toda la atención de Simon. Tenía que aprovechar aquella oportunidad.

Iris se escabulló caminando hacia atrás y procurando hacer el menor ruido, lo que era casi imposible. Pero fue lo suficientemente silenciosa, ni Simon ni el desconocido la descubrieron.

¡Allí! Más adelante había unas rocas. Podría trepar de una a la otra, si no había más remedio hasta saltar, sin hacer ruido.

Miró hacia atrás una décima de segundo. No. No la seguían. 

¡Bien! Pues, en marcha.

Se agachaba detrás de cada roca. Hacía rato que no tenía a Simon a la vista y él tampoco podría oírla ya desde aquella distancia, de todas formas Iris no se atrevió a correr hasta el prado. Lo conocía, podía estar en todas partes, aparecer como el rayo y desaparecer de nuevo. Seguía sintiendo el olor de su tabaco como si se hubiera pegado a su cuerpo.

Se detuvo antes de llegar al límite del bosque, trató de pensar para asimilar todo el asunto. Así que estaba allí realmente, con toda probabilidad habría estado todo el tiempo. Pero ante ella no se había hecho visible ni una sola vez.

¿Por qué? Tenía que haber una conexión entre él y todas las desgracias, pero ¿cuál? No lo comprendía.

Un nuevo pensamiento se le incrustó como una bola de plomo en el estómago. ¿Sabía Simon que Bastian estaba en la mazmorra? Seguramente, sí. Lo más probable era que ya hubiera estado con él...

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