CAPITULO 10

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- Doro está loca como una cabra. -

- Una vez me leyó en la mano que me tenía que proteger de las mujeres con el pelo teñido... así que ¡no me queda ni una con la que salir!

Carcajadas.

La conversación sobre Doro transcurría entre cuchicheos, pero Bastian lo oía casi todo. "Doro seguramente también", pensó con algo de lástima.

- A mí me echó las runas el año pasado y me profetizó un accidente grave. No pasó nada. -

- Le encanta sembrar el pánico. -

- Sí. Es rara - .

Bastian se dio la vuelta sin poder evitarlo y vio a Doro acompañada de Iris unos pasos más atrás. Iris le hacía conversación y parecía que la cosa funcionaba, se le veía más animada incluso. Muy bien.

Aceleró el paso y alcanzó a Sandra.

- Eh. ¿Por qué pones esa cara? -

- ¿Pongo alguna cara especial? -

Si no, no lo diría. Bastian se ahorró la observación. 

Sandra no le dirigió ni una mirada, se mantuvo con la vista fija en el suelo, a pesar de que el terreno era llano.

- ¿Estás enojada conmigo? -

- No - respondió e inmediatamente apretó los labios.

Bueno, si no tenía ganas de hablar, él no iba a esforzarse. En esos momentos no había nada que deseara más que quitarse aquella bolsa tan pesada de los hombros. Allá adelante los árboles eran menos densos, se divisaba algo de hierba, tenía que ser un claro.

- ¡Ya estamos! - gritó Georg gesticulando hacia los más lentos.

Bastian salió del bosque. Habían acertado con el lugar, no había duda. Unos tras otros llegaron al claro, se quedaron parados y observaron los restos de lo que, según el desarrollo del juego, había sido su aldea en otro tiempo. Nadie dijo una palabra.

Ante ellos se extendía una pradera rodeada de abetos y hayas, a plena luz del sol. En el centro se erguían tres rocas grandes, redondas, que destacaban sobre la hierba como una ballena jorobada. Había otras rocas en el límite del bosque, una de ellas tan alta como una casa, con una punta escarpada y torcida, que se elevaba sobre el claro como si el peñasco se inclinara curioso hacia delante.

Bastian miró a su alrededor para tratar de examinarlo todo a pesar de la ausencia de sus lentes y, por primera vez desde que había pisado el bosque, se apoderó de él con todas sus fuerzas la ilusión del juego.

En la pradera había huellas como si hubiera tenido lugar una encarnizada batalla. Un sinfín de maderas carbonizadas estaban tiradas por el suelo, que se hallaba pisoteado en muchos sitios. Las tablas debían de representar todo lo que había quedado de sus antiguas casas y cabañas. Por en medio, había todo tipo de cosas esparcidas: fragmentos de loza, ropa rasgada, y también un hacha, algunos cazos intactos, sacos de contenido impreciso y un caldero grande y negro.

Pero lo más impresionante eran los cuatro montones de tierra, largos y estrechos, que alguien había apilado en el límite del bosque. Al final de cada uno de ellos había una cruz hecha con dos ramas entrelazadas. Tumbas.

Aunque Bastian sabía que las habían puesto allí por el efecto escalofriante que causaban y que no había muertos bajo ellas, sintió un ligero escalofrío. En todo caso, le duró solo hasta que Ralf, y el consabido tintineo de su cota de malla, apareció en la pradera mirando alrededor con aspecto fiero.

- ¡Chusma asesina! - gruñó. Se dio la vuelta hacia los otros, su rostro rechoncho temblaba - . Juro por mi buen nombre y el escudo de mi padre, que no descansaré hasta dar con los culpables y que sean castigados - sacó su espada con ímpetu, lo que provocó un sonido muy poco metálico - . ¡Muertos, voy a vengaros!

SaeculumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora