CAPITULO 7

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Era una tienda grande, redonda, parecía una yurta frente a la que alguien había construido una mesa baja con piedras y ramas. Allí estaban sentados Verruga, que brindaba a la salud de Bastian con una jarra de barro, y Nathan. Bastian recordaba su cara delgada, enmarcada en pelo oscuro, que vio por vez primera en el mercado medieval. Ya se habían puesto sus atuendos, y comían y bebían agua de sus jarras mientras hablaban animados.

Al llegar a la tienda, a Bastian y Sandra los había recibido una chica pelirroja de cabello rizado, que llevaba en las manos un portapapeles muy poco medieval y ponía cruces en un listado de nombres.

- Hola, soy Carina, todavía no nos conocemos - dijo sonriendo a Bastian- . Formo parte de la organización. ¿Han tenido buen viaje? - no esperó a la respuesta, señaló la tienda de atrás -. Pueden cambiarse ahí y dejar todo lo que no pertenezca a la Edad Media. Ya saben, celulares, relojes, cigarrillos, etcétera. Guarden las cosas en sus mochilas, se quedan aquí.

Y no tengan miedo, no desaparecerá nada si no se lo come un zorro - dio con su bolígrafo en el pecho de Bastian como si se tratara de una daga - . ¡Si supieran todo lo que hemos planeado! Será fantástico, ya verán. Si tienen hambre, en esa cesta hay pan y salchichón, va por cuenta nuestra, luego no seremos tan espléndidos - se rio y se colocó la melena sobre los hombros.

Bastian no intentó interrumpir el aluvión de palabras de Carina, se

limitó a asentir a todo lo que decía. Lo del pan y el salchichón sonaba bien

y seguro que las personas sentadas a la mesa serían una compañía muy

grata.

Media hora y unos cuantos bocadillos después, cargó con su mochila y se fue a la tienda para transformarse en Tomen... Tomen Cortatendones. Se puso la más fina de las tres camisas, las calzas a las que necesitaría acostumbrarse, los calzones y los zapatos con suelas dobles de cuero, que se sujetaban sus pies porque se los había atado a las pantorrillas cruzándose las cintas. No tenía mala pinta al mirarse en el pequeño espejo que colgaba torcido de la tienda.

Afuera, la gente sentada alrededor de la mesa se divertía. Verruga estaba contando un chiste de orcos, Nathan volvía a sorprenderse de lo guapa que llegaba a ser Lisbeth. A ellos se añadieron Ralf y Lars, que fueron recibidos a voces, y se pusieron a contar el viaje en tren... y la escena que montó Doro antes de la partida.

- Casi le da un ataque - en la voz de Ralf vibraba el ansia de sensaciones -. ¿Está por aquí? ¿No? Pues tendrían que haberla visto. Estaba blanca como la cera y no paraba de balbucear bobadas sobre la maldición de la leyenda. No anda bien de la cabeza.

Risas de chica, parecía Carina.

- Entiendo que les resulte divertido, pero dejen a Doro en paz - voz de Verruga - . Es buena gente, solo que no es de este mundo.

- Ya lo puedes decir alto y fuerte - resopló Ralf - . Antes dijo que esos troncos cruzados por los que tuvimos que trepar eran un mal augurio. Dijo que el bosque no nos quiere. De risa, ¿no?

- De todas formas, déjala - otra vez Verruga.

Bastian no comprendió el resto de la conversación, metió camisetas y pantalones de mezclilla en la mochila que había dejado apoyada en la pared de enfrente de la tienda. También allí, al otro lado de la lona, se producía una conversación, en voz muy baja, y Bastian mantuvo la respiración cuando tuvo claro que trataba de él.

- ... no se ha portado mal para el principio - decía Sandra en ese momento - . Y eso que se pasa los días metido en libros - .

- Tiene mucho amor propio, ¿no? - ese era Paul, sin duda - . No puedes quitarle el ojo de encima. No quiero que se haga daño solo porque desee impresionarte - .

- Tonterías. No es esa clase de chico -.

- Lo digo en serio. Esto es absolutamente nuevo para él, quién sabe qué se le puede ocurrir - . 

- Creo que no tenemos de qué preocuparnos. Es muy prudente, no es de los que se arriesgan -.

¡Prudente! La palabrita fue como un puñetazo en el abdomen. ¿Era porque el tono de Sandra sonaba despectivo? ¿O solo se lo estaba imaginando?

- Si tú lo dices. A mí no me lo parece - Bastian notó dudas en la voz de Paul. Pero ya no se pudo quitar de encima la sombra que había oscurecido su humor. Tendría que preguntarle a Sandra por qué salía con alguien al que consideraba prudente.

- En todo caso, quiero que se mantenga sano y salvo. Ni un arañazo si puede ser, y, desde luego, nada peor - .

La respuesta de Sandra fue una mezcla de risas y resoplidos.

- ¿Cómo se te ocurre? - dijo - . Estamos en plena naturaleza y Bastian no querrá que lo llevemos entre algodones. Aquí no hay nadie que haya regresado a casa sin moretones.

- Sabes lo que quiero decir -.

- Claro. Pero él no necesita una nana y yo tampoco lo soy. Lo siento - .

Breve pausa.

- Quería decirte que se ven estupendamente. Hacen una pareja magnífica. Podrías acabar siendo la esposa del doctor - .

El silencio que siguió al comentario de Paul cayó sobre los hombros de Bastian como arena mojada, hasta que Sandra respondió finalmente:

- Muy gracioso, Paul -.

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