CAPITULO 25

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Por fin llegaron y enseguida se dieron cuenta de que el camino había valido la pena. Aquella roca era una maravilla. Bien grande; pero, además, con ayuda de sus hermanas de piedra, la naturaleza la había inclinado tanto que había acabado formando un pequeño cobertizo bajo ella. Diríase una ola tan alta como una casa, que se hubiera petrificado antes de romper. Abajo, el suelo del bosque estaba completamente seco.

Se dejaron caer. Tirados sobre la tierra, respirando con dificultad. Uno de ellos lloraba, produciendo pequeños gimoteos. Bastian sintió una mano que se apoyaba suavemente sobre su espalda.

- Esta mañana estuvimos aquí  - dijo Iris - . Solo que del otro lado. Qué tontos, tendríamos que haber explorado la roca un poco mejor.

- Sí, es fantástica - Bastian se incorporó. Su cuerpo debía contar con reservas que hasta entonces desconocía porque su respiración ya era casi normal. Paul también se enderezó y examinó los vendajes de Arno.

Pero Piedrecita seguía con los ojos cerrados, todo su cuerpo temblaba, le castañeaban los dientes, tenía los labios azules.

Seguirá así; no, error, empeorará porque no tenemos mantas para él, ni siquiera un pañuelo, ni un solo trocito de tela seca.

- Nos vendría bien un fuego - murmuró Bastian.

- ¿Qué dices? - Paul levantó la vista un instante mientras le daba agua a Arno de su cantimplora. Alma no tenía fuerzas para ello, se había apoyado en la roca con el rostro blanco como la cera. Sus párpados cerrados vibraban; Roderick se hallaba sentado a su lado, moviendo el rabo y lamiéndole la mano.

- Fuego - repitió Bastian - . Para que los heridos entren en calor. Y a nosotros también nos vendría bien.

Algo parecido a una lucecita se encendió en la cara de Paul, aunque también podía ser solo el reflejo del rayo que volvió a caer en algún lugar del bosque.

- Claro - dijo - . ¡Fuego! El único problema será la madera. Hay a toneladas, pero está tan mojada que incluso se podría escurrir.

- Mierda, sí. Es cierto - .

- Probablemente... - Paul entrecerró los ojos y los fijó en una parte de la base del peñasco, que estaba recubierta por algunas rocas mucho más pequeñas - . Probablemente se haya acumulado en ese rincón madera vieja. Tiene toda la pinta. Nos bastarían unas cuantas ramas para empezar y seguro que están secas - echó una mirada a Ralf y Nathan - . ¿Pueden ir a ver si encuentran algo?

Ralf jadeaba todavía, pero asintió y se fue gateando hacia la izquierda, a la penumbra ente las piedras. Nathan se dirigió más a la derecha.

La temperatura cayó enseguida. El viento aullaba entre los árboles y, a pesar de que en la cueva estaban protegidos de lo peor del temporal, algunas ráfagas conseguían abrirse camino hasta ellos y golpear su ropa mojada. Bastian rodeó con los brazos a Iris, que empleaba la bolsa del arpa como cortaviento, pero aun así no podía dejar de tiritar.

- En algún momento tiene que amainar - murmuró el chico - . Ya lleva mucho rato, pronto seguirá su camino. O parará. Lo sé.

Ella se revolvió entre sus brazos.

- Hay muchas tormentas, ese es el problema - dijo - . Hay lugares donde es bastante habitual que se formen verdaderos sistemas tormentosos, y es muy fácil que dos frentes choquen entre sí, y este es uno de esos sitios. Me lo explicó Verruga. Algunas de las granjas de los contornos ya se han quemado cuatro veces por la caída de un rayo; a lo mejor es por eso por lo que la leyenda de la maldición está tan arraigada. Verruga. En el cerebro de Bastian se formó la imagen de su rostro con aquella sonrisa amistosa y la increíble protuberancia sobre la frente. Tragó el nudo que tenía en la garganta. 

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