CAPITULO 22

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Piedrecita seguía durmiendo. Una fina capa de sudor cubría su frente, pero respiraba tranquilo.

- Ha tosido unas cuantas veces sin llegar a despertarse - informó Paul - . Pero no ha tenido ningún problema respiratorio. Doro ha trazado unos símbolos mágicos en el suelo y está convencida de que por eso se encuentra mejor. El caso es que le ha bajado algo la fiebre, pero ¿has visto sus brazos? - estaba hablando exclusivamente con Bastian, lo que a Iris le pareció perfecto.

Se agachó junto a Piedrecita y le puso la mano sobre la frente. Todavía estaba caliente. Él se movió, murmuró algunas palabras incompresibles y trató de darse la vuelta.

"No encontramos nada para comer", pensó la chica sintiéndose culpable y en ese mismo instante percibió que el hambre arañaba su interior, gruñendo enojada.

- Lo conseguiremos - le susurró a Piedrecita - . Ya no tardaremos mucho, y vendrá la ayuda. No te preocupes.

Sus brazos tenían un aspecto terrible, como si alguien le hubiera tirado agua hirviendo encima. ¿Cómo era posible? Bastian tenía que mirárselos más a fondo, pero estaba en plena conversación con Paul. Vaya escena más rara que protagonizaban los dos. Daba la impresión de que Bastian quisiera mantenerse a cierta distancia de Paul, pero el otro no colaboraba y le ponía un brazo sobre el hombro mientras señalaba las tumbas y comentaba algo.

Piedrecita resopló, gimió un poco y se serenó de nuevo. Iris vertió agua fresca en un paño y le enjugó la frente.

- ... no he visto a nadie. Y mira, si tiene ese cabello tan llamativo lo habríamos descubierto - la voz de Paul había subido de volumen. Iris contuvo la respiración para no perderse ni una palabra - . Llevo los dos últimos días patrullando permanentemente la zona, conozco el terreno mejor que nadie.

- De acuerdo, es bueno saberlo. Podría ser que hubieras visto algo. O a alguien - Bastian se libró con un movimiento hábil, aparentemente casual, del brazo de Paul.

- No, aquí no hay nadie, salvo nosotros. Comprendo que todos estamos con los nervios a flor de piel, yo el primero, pero tenemos que procurar mantener la cabeza fría - su voz sonaba cansada - . Ya es bastante malo que Doro esté todo el tiempo dándole vueltas al rollo de la maldición. Si les entra miedo a todos, no habrá manera de que pueda mantener al grupo bajo control, y quién sabe lo que pueda pasar entonces. Solo nos faltaba que se extendiera la historia de que un extraño anda por aquí y nos acecha - a pesar de la oposición manifiesta de Bastian, lo tomó del brazo y lo llevó algo más lejos, donde nadie pudiera escucharlos.

Iris le echó a Piedrecita una última mirada de control, se convenció de que todo estaba en orden y se levantó. Le había prometido a Bastian que se quedaría con Piedrecita para dejarlo hablar con Paul, pero no quería perderse ningún detalle. Si uno de los dos había visto más de lo que en principio reconocían, tenía que saberlo.

- ... de todas formas - estaba diciendo Bastian - . No veo a mucha distancia sin lentes, pero el rojo era realmente fuera de lo normal...

- ¿Iris? -

Mierda, ahora no.

- Enseguida voy, Lisbeth - .

- Solo quería invitarte a comer algo, tenemos... -

- Luego, ¿sí? - Iris se acercó dos pasos más, simulando buscar algo en la hierba.

- ¿Perdiste algo? ¿Puedo ayudarte? -

No suspires enojada. Es simpática.

- No, todo está bien - .

- Me gustaría tener algo que hacer. Deseo tanto que nos podamos marchar hoy mismo, no quiero pasar otra noche en el suelo - los ojos de Lisbeth se humedecieron - . Y tengo mucho miedo por Sandra. No puedo imaginarme dónde se ha metido. ¿Tú qué piensas? -

- Ni idea - maldita sea, así no había manera de enterarse de la conversación entre Paul y Bastian.

Se acercó unos pasos más. En ese instante Lisbeth también cayó en cuenta.

- ¿De qué hablan esos dos? -

- Si dejas de parlotear, a lo mejor me entero —le echó en cara Iris - .

- Me gustaría saberlo - murmuró Lisbeth más para sí misma - . Me pregunto si...

- ¡Ssshhh! -

- ... nadie ha notado nada - decía Paul - . Yo también creo que podía ser un animal.

Iris veía la cara de Bastian de lejos, pero aun en la distancia se dio cuenta de que estaba preocupado. Más de lo que le había demostrado en su presencia.

- Tenemos que hablar con los otros - propuso - . Si aquí hay alguien más aparte de nosotros, eso arroja nueva luz a la desaparición de Sandra, Verruga y Lars. Averigüemos si alguien ha visto a un hombre pelirojo.

Lisbeth pegó un brinco.

- ¿Pelo rojo? - preguntó.

Iris se dio la vuelta.

- Sí, justo eso - dijo - . ¿Has visto a alguien? - y la agarró tan fuerte de la manga que la tela crujió - . ¿Dónde? ¿Y cuándo?

Sin duda la presión fue exagerada porque Lisbeth gritó, lo bastante fuerte para que todos se volvieran.

- No, no lo he visto. Solo que... -

Los demás se aproximaron. Paul, Bastian y Georg, desde luego. Pero también Doro, Mona y Nathan sintieron curiosidad.

- ¿Qué solo? - seguía agarrándola con fuerza, no podía soltarla porque toda ella se sentía entumecida y crispada. Él estaba allí. Seguro. Ahora que lo sabía, sentía hasta su presencia. Lo oía en el viento, lo olía por encima del aroma a resina del bosque.

- Encontré un manojo de cabellos de ese color. En un árbol. Alguien debió de engancharse en una rama y se los arrancó al soltarse. Me sorprendí porque no eran de ninguno de nosotros, pero... solo eran cabellos.

Solo cabellos. Solo. Si fuera verdad. En los ojos de Lisbeth no había signos de falsedad, ni rastro de una mentira. ¿Por qué iba a haberlo?

Alguien agarró a Iris por el brazo y tiró de ella hasta que la chica soltó a Lisbeth. Georg, por supuesto. Le pegó un empujón que casi la tiró al suelo.

- Nadie la toca, ¿te queda claro? -

- Entendido. Salvo el que le hizo ese chichón - respondió ella y le devolvió la mirada con la misma rabia que vio en sus ojos.

- Me lo hice yo misma - la mano de Lisbeth se tocó automáticamente la frente, percibió la hinchazón - . De verdad. ¿Cómo puedes pensar que

Georg me haya hecho algo?

- Me importa una mierda lo que crea - Georg apartó a Lisbeth de los demás, la sentó sobre una manta, con cuidado, como si fuera a romperso como una burbuja de jabón - . Tenemos que irnos. Cuatro horas más, como mucho, luego empezará a oscurecer. Pero quédate tranquila, tesoro. Todo irá bien. Todo.

Acababa de decir la última palabra cuando lo oyeron. Crujidos. Resuellos. Por un acto reflejo, sin pensar con claridad, Iris se agachó y agarró una piedra de cantos picudos, grande como un puño. Él iba a llegar de un momento a otro. Lo iba a ver. Los ojos de párpados gruesos, la boca fina, la nariz ancha y aplastada. La última vez contaba con un armario para protegerse, esta vez con una piedra.

Un nuevo ruido. Como un sollozo entrecortado. Entonces salió algo entre los arbustos. Pequeño, veloz, con la lengua colgando. Roderick. Saltó impetuoso hacia Ralf, se tiró al suelo y se giró sobre el lomo para dejarse acariciar.

La piedra cayó al suelo. Tener la mente despejada era más difícil que nunca. Iris miró a Roderick y se sintió contenta de que ya no cargara con el hueso.

Porque se lo ha comido.

Su estómago se rebeló de pronto, a causa del asco o del hambre, no sabría decirlo. Respirando trabajosamente, se arrodilló, unos puntos de luz danzaban frente a sus ojos.

Una sombra negra se metió lateralmente en su campo de visión, se deslizaba como un cuervo. Mientras los sollozos que provenían del bosque subían de volumen y Paul y Bastian corrían al unísono a su encuentro, Doro miró al perro que se revolcaba feliz en la hierba.

- Lo sabía - dijo.

SaeculumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora