CAPITULO 8

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El impulso espontáneo de Bastian fue regresar a su casa. ¿Por qué hablaba Sandra a sus espaldas de una manera tan negativa sobre él? Se pasó la mano por el pelo y salió de la tienda a la luz del día. Muy gracioso, Paul. Las palabras se quedaron resonando dentro de él y dolían, cada una de ellas.

¿Por qué se había empeñado tanto en llevarlo consigo? ¿Le había molestado algo o se comportaba así solo porque hablaba con Paul? En cualquiera de los dos casos, resultaba raro.

Un fuerte empujón lo sacó de sus cavilaciones. Alrededor de la tienda blanca reinaba ahora una desenfrenada actividad, los jugadores iban y venían en distintos estados de su "medievalización"; había gente todavía en pantalón de mezclilla y camiseta, pero la mayor parte llevaba ya túnicas, jubones y calzas. Ralf se había arreglado mucho, salió de la tienda con una sobreveste con escudo y se había puesto un almófar de malla en la cabeza, que le llegaba hasta los hombros. ¿Lo de arriba era un aro dorado o una corona? Lo mismo daba, en ese momento todo aquel montaje le daba lo mismo.

Igual me tendría que haber ido con mi padre a Berlín...

No dejó que su pensamiento llegara al final. Cualquier cosa, cualquier cosa era mejor que correr como un pollito detrás del profesor Maximilian Steffenberg por salas y salas de congresos.

Después de unos minutos de calma, volvería a alegrarse de estar allí. Se sentó junto a sus pertenencias, algo alejado del tumulto, y cerró los ojos, tratando de relajarse. No lo logró, así que sacó uno de sus textos de Fisio de la mochila. No hubo manera, era evidente que no estaba hecho para salirse de su vida regulada. Su vida prudente.

La siguiente vez que levantó la vista de la lectura, eran unas cuantas chicas las que estaban saliendo de la tienda. Con sus atuendos medievales. Sandra vestía una falda color marrón con un cinturón ancho con aspecto de corpiño y una blusa clara que se le desbocaba de un hombro. Estaba para comérsela a mordiscos. Y Lisbeth, a su lado, para arrodillarse ante ella.

Parecía una diosa del bosque en verde y negro.

Sandra le hizo señas, radiante, y fue a su lado.

- ¡Enseguida, empezamos! - dijo, sentándose en el suelo, junto a él y mirándolo llena de expectativas.

Sin darse cuenta, el joven se separó un poco.

- ¿Todo bien? - preguntó la chica.

- Creo que sí - era el momento justo para sacar a relucir la conversación que había escuchado. Tomó aire y lo expulsó sin decir esta boca es mía. No sabía cómo empezar.

- ¿Estás nervioso? - preguntó Sandra dándole un empujoncito—. No tienes por qué. Te vas a divertir y te prometo que vas a aprender un montón de cosas y a tener cantidad de experiencias nuevas - sonrió y le dio con el dedo índice en la nariz -. Eso es importante, ¿no?

Al menos, algunas chispas de su alegría acabaron rociándolo y notó que la comisura de sus labios subía levemente, por sí misma. Tenía razón, era un tipo aburrido. No era extraño que ella no supiera muy bien adónde llegar con él. Metió el libro en la mochila.

- Se acabó el estudio. ¿Empezamos ya? -

- Creo que sí - Sandra se agarró a su brazo - . Pero antes volveremos aponernos las botas con un poco de comida.

Ya era mediodía cuando todos los jugadores estuvieron por fin vestidos. No eran muchos, pero ofrecían una imagen impresionante allí sentados o de pie alrededor de la tienda blanca... muy distinta a la de la feria medieval, mucho menos colorida. La mayor parte de ellos, con una ropa modesta y en colores tierra, parecía haber viajado por el túnel del tiempo. Solo Ralf sobresalía entre los demás gracias a la lujosa sobreveste que llevaba sobre la cota. Su cara redonda, que destacaba bajo el almófar, estaba sudorosa y colorada. El sol pegaba de lo lindo en cuanto salías de la sombra que proyectaban los árboles. El zumbido de las moscas se había convertido en el ruido dominante... un sonsonete alto, simétrico, roto solo de vez en vez por un ronroneo profundo, cuando un abejorro o un escarabajo se mezclaban con el enjambre de insectos.

SaeculumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora