CAPITULO 35

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- Bueno - Iris se había parado con las piernas abiertas y los brazos cruzados ante el cráneo y lo miraba con actitud desafiante - , ahora ¿dónde está la salida? ¿Eh, Tristram, viejo desgraciado? Acabamos de tirarte un amigo a tus fauces, para que lo disfrutes, así que haz algo, maldito.

Oyó que alguien tomaba aire con fuerza. Doro, por supuesto.

- No lo enojes, o no habrá servido de nada - dijo con expresión suplicante.

Iris se tragó las ganas de pegarle una patada a la calavera y se sentó con los otros junto al fuego, que había menguado a la mitad. Piedrecita lo iba alimentando con pequeños trocitos de madera para que durara más.

- Alguien tendría que ir a buscar ramas - propuso Paul mirando a los distintos miembros del círculo. Nadie se movió.

"Claro", pensó Iris. "Esperan que ocurra el gran milagro, tacháaan, que se abran las rocas y los dejen salir como un rebaño de ovejas bobas."

- Voy yo - respondió Piedrecita.

- No, tú necesitas recuperarte - dijo Carina mientras se levantaba - . Ya voy yo.

Con satisfacción, Iris vio que parecía agotada. Nadie había preguntado cómo le iba a Bastian, en qué condiciones lo habían dejado. Eran todos unos cobardes.

- Voy contigo - dijo Verruga dispuesto - . Pero necesitamos algo de luz. 

Quedaban dos antorchas, aunque una estaba ya a la mitad. Las encendieron e iluminaron el corredor que conducía a la sala sin salida. Sus sombras en las paredes semejaban oscuros gigantes que los acompañaban paso a paso.

Tras marcharse, se hizo el silencio alrededor del fuego. Piedrecita, cuyo rostro redondo era la viva imagen de la tristeza, le hizo un gesto a Iris para que se acercara. Ella se sentó a su lado, mordiéndose los labios. Necesitó hacer acopio de todas sus energías para no echarse a llorar.

- ¿Cómo está? ¿A ti qué te parece? - preguntó Piedrecita en voz baja.

A cualquier otro le habría endilgado un "Vaya pregunta más estúpida", pero Piedrecita estaba sinceramente preocupado.

- No lo sé - respondió - . Al irnos, estaba bastante bien. Como será dentro de una o dos horas... no tengo ni idea.

Piedrecita asintió.

- Si realmente no hay salida... - ella vio por su cara que le resultaba difícil acabar la frase - , bueno, cuando sea evidente que no vamos a salir de aquí, lo sacaremos de ese agujero. Para que estemos todos juntos. Entonces.

Ella sonrió, le acarició el pelo y la barba, que le había crecido en los últimos días.

- Para entonces estaremos en la completa oscuridad y nadie será capaz de encontrar el camino para llegar hasta él - .

La mirada del chico se enturbió.

- No pensé que podría pasar algo así. Jamás. Ay, Iris - la abrazó y por espacio de unos segundos su cuerpo mórbido y redondo fue un consuelo con el que ella no había contado.

- Todavía no vamos a rendirnos - dijo y en ese mismo momento miró hacia arriba. Algo había ocurrido, un ruido. Se levantaron de un salto, todos salvo Lisbeth, que seguía durmiendo.

- Oh, Dios mío, ¡ojalá no se haya venido otro corredor abajo! - gritó Mona. A la débil luz del fuego sus ojos claros parecían gigantescos.

- Imposible. Ahora que hemos sacrificado a Bastian, tendría que ir todo bien, ¿no? - Iris no pudo contener el sarcasmo, ni la alegría que sintió al ver que Mona la miraba apenada. Rubia estúpida.

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