CAPITULO 20

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Pero de eso ya se encargó el mismo Paul poco después. Bastian observó cómo Alma le colocaba a Roderick una correa improvisada fabricada con tiras de cuero y lino.

- A santo de qué se va a poner a cazar mi perro... - refunfuñó - .

¿Sabes lo que me dijo Paul? Que no lo deje correr en libertad. Poco me importa, nos iremos enseguida - se sentó bajo un árbol, lejos de los víveres estropeados por los gusanos, y comenzó a acariciar al animal con movimientos cortos y rápidos.

- Se nos va a acabar yendo el sentido común a todos - comentó Iris - . A mí primero. Tendríamos que recoger y salir corriendo, todavía hay bastante luz. Si no nos perdemos, podemos estar en la carretera antes de que anochezca.

Bastian pudo reconocer en su cara el mismo desasosiego que él trataba de disimular. Sin darle más vueltas, la tomó entre sus brazos, la mantuvo apretada contra él. Sintió cómo respiraba. Cómo apoyaba la cabeza en su hombro.

- Tienes razón, tenemos que darnos prisa - le dijo a su cabello - . Pero, ¿qué hacemos con Piedrecita? En su estado no conseguiría jamás desandar el camino y no podemos llevarlo a cuestas. Ya nos ha costado un esfuerzo enorme trasladarlo hasta la sombra.

Como para dar fe de ello, Piedrecita jadeó, tosió en medio del sueño y giró su pesado cuerpo hacia el otro lado.

- Tienes razón - respondió Iris suspirando - . No podemos irnos sin él. Pero con él por desgracia tampoco —se apartó de sus brazos, se puso en pie y corrió a donde estaba Paul. Bastian la vio gesticular y que Paul asentía.

- Vamos a tener asamblea - dijo Iris cuando volvió a arrodillarse junto a Piedrecita para darle la vuelta al paño húmedo de su cabeza - . Creo que Paul poco a poco se siente superado por tanta responsabilidad.

Se reunieron en las rocas del centro del prado. Algunos se sentaron, otros se tumbaron. Lisbeth parecía tan cansada que casi no podía abrir los ojos. El chichón de su frente se había deshinchado un poco, pero estaba más oscuro. Georg se hallaba sentado a su lado y le acariciaba el pelo, sin apartar la mirada de la chica, ni siquiera cuando Paul se sentó junto a ellos y tomó la palabra.

- Esta convención ha llegado a su fin - dijo - . Tenemos que recoger nuestras cosas e irnos antes de que suceda algo más.

La mayoría asintió; Alma, especialmente.

- Votemos - dijo Paul - . Para saber a qué atenernos. ¿Quién está de acuerdo en que nos vayamos? - todos los brazos en alto.

- Era lo que pensaba. Bien. Lo que ocurre es que Piedrecita está enfermo. No podemos dejarlo aquí, lo tenemos todos claro. Eso significa que voy a quedarme... hasta que él pueda caminar o hasta que vengan alguien a socorrernos.

Esta vez no asintió nadie. Al contrario, todos intercambiaron miradas preocupadas.

- ¿No pretenderás que nos vayamos solos por el bosque? - preguntó Ralf.

- Carina los puede guiar. Conoce la zona casi también como yo, seguro que encuentra el camino bueno. Debo ocuparme de los más débiles del grupo. Y en este momento, Piedrecita es el más débil - Paul trató de dibujar una sonrisa con mucho esfuerzo - . En cuanto tengan cobertura, avisen a la policía para que traigan un médico. No se preocupen, no tendrán problemas. Diré que todo fue idea mía. Es la verdad.

Georg tomó la palabra sin levantar la cabeza.

- Nosotros también nos quedamos. No podemos hacer otra cosa. Lisbeth no está en condiciones de llegar al destino en ningún caso - .

 - Pero podría ser que tuvieran que esperar más que a mañana. No tengo ni idea del tiempo que necesitará Piedrecita para reponerse. O de lo que tardará Carina en conseguir ayuda. Y no sabemos lo que está ocurriendo aquí, así que pueden estar en riesgo - .

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