Capítulo treinta y cuatro.

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Después de alimentar por primera vez a Dylan, se lo llevaron a una última revisión. Yo, tuve que ir a ducharme. Patricia me acompaño, sentía vergüenza que estuviera ahí conmigo, pero al menos tenía su apoyo.

—¿Es necesario?— dije cuando apretó la faja.

—Lo es linda, así regresarás a tu figura.— me sonrió cálidamente.

—¿Sabes dónde está Joel?

—Fue con el médico, para que puedas dejar el hospital.

Dylan dormía en la cuna del cuarto, era hermoso, y verlo así era tan tierno.

— Idéntico a su padre.— susurró.

—¿Lo crees?

—En verdad verlo me llena de recuerdos cuando Joel nació, son igualitos.— sonrió.

—Te darán de alta en unas horas.—Entro Joel con mi equipaje y el del bebé.

—Al fin, los hospitales me desagradan.— musite.

—No es tan malo.— dijo Patricia.

—Para mi, lo es.

Se despidió diciendo que tenía que recoger a Fernanda de una reunión.

[...]

—Últimas recomendaciones, nada de esfuerzos, dedícate a él, y come sanamente porque la lactancia es la mejor forma de perder peso y que el bebé crezca.

—Bien.—asenti.

—Otra, no sexo, nada de altercados, esos toqueteos entre ustedes. Descansa.— miró a Joel y luego a mi. Me sentí avergonzada, ¿Cómo sabía que lo intentaría?

Cambié a Dylan, la ropa que Joel le había comprado para él, le quedó perfecta. No creí que fuera así, cubrí sus manos con la sábana y Joel me ayudó a poner la cobija más gruesa encima.

Sin más, dejamos la clínica. Odiaba los hospitales, ese olor me daba miedo, por algo siempre me cuide  pero esto me obligó a venir.

—Será raro.— dijo cuando Dylan lloro.

—¿Te molesta su llanto?

—No estoy acostumbrado.— hizo una mueca y me siguió.

—Acostumbrate.—Lo tome en brazos, tan pequeño, tan lindo.

—Y ¿Debo hacerlo para esto?— apretó los labios.

—No seas cerdo.

—Antes eran míos, ¿Quién sabe hasta cuándo...

—Deja tus asquerosidades.

Era raro hacerlo, su boca succionaba mi pecho, sentía cosquillas. Joel no dejaba de verme.

—¿Qué?— reí.

—¿No puedo verte?

—Me pones incómoda.

—Nunca pensé en decirte esto, pero te ves hermosa.

—No es cierto. Me veo horrible, me siento horrible.

Y me refería a mi atuendo, no iba vestida como siempre, traía solo un pantalón y una sudadera grande de él. Mi peinado, una coleta alta y toda chueca, sin maquillaje.

—Así me gustas y mucho.— se acercó para besar mi frente.

—Te amo joel.— dije mirándolo.

—Yo te amo más. — me sonrió.

Alimentar a Dylan era algo complicado, más porque debía asegurarme de que estuviera satisfecho y ponerlo a sacarle el aire.
No niego que varias veces en ese día mi ropa estaba llena de orina, de vómitos y olía raro.

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padres primerizos -Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora