Capítulo treinta y ocho.

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La cuna de Dylan se encontraba en la sala, Joel se había encargado de llevar una de las que teníamos hasta ahí, para no tener que subir hasta donde estaba.

—Puedo preparar algo de comer.— dije después de poner al pequeño en sus brazos.

—¿Quieres hacerlo?— susurro mientras tocaba las manitas de Dylan.

—Claro.— sonreí.

—No me parece que use esto.— murmuró sin dejar de ver cómo el pequeño chupón color azul, se movía en la boquita de mi hijo.

—Los bebés pueden usarlos.

—¿Con tres días de nacido? —alzo las cejas.

—Joel.—masculle y Dylan se movió, abrió los ojos y luego se quejo suavemente.

—querrá comer.— lo dejo conmigo y se fue a la cocina. Acomodé a Dylan, y baje mi blusa.

Alimentarlo era algo complicando, debía estar al pendiente de que succionara bien, y que tome la suficiente leche como para estar satisfecho y volver a dormir.

Toqué cuidadosamente las manos del pequeño, estaban frías, así que lo arrope bien. No quería que se enfermera, había escuchado que, la gripe en los bebés era complicada.
Si apenas podría asesorarme de que estaba satisfecho, ¿cómo podía cuidarlo enfermo?

Joel.

Abrí el refrigerador buscando algo que comer, la alacena estaba casi vacía y debíamos surtirla.

Escuchaba los quejidos de Dylan, eran molestos y desesperantes.

—¿qué es lo que tiene?— pregunté a ____, quien le daba de comer.

—Es muy desesperado.— rió y la seguí hasta el sofá, tome su pequeña cadera y detuve mi rostro en su hombro desnudo.

La escena que me proporcionaba era tan tierna, Dylan se alimentaba de ella mientras ella no dejaba de hacerle caricias en el rostro.

Ahora entendía, como un bebé puede querer tanto a su madre, y ella tanto a él, esto era. Y me sentía agradecido.

—¿No tiene calor así? — dije cuando lo vi, como lo ponía sobre su hombro, para ayudarlo a sacar el aire.

—Está bien así. —me sonrió.

Después de poner a Dylan en la cuna móvil, ella acomodó su ropa, no entendía porque tenía que casi desnudarse para hacerlo, quizá por comodidad pero no preguntaría una cosa así, mientras no lo hiciera en público, no estaba mal, al menos que deleitaba con su hermosa figura.

—Es tan dulce cuando duerme.— me abrazó.

—Al menos así no molesta.

—Ni si quiera te molesta, todo el día está dormido.—espetó.

—Cuando comienza a llorar.— susurré detrás de ella.

—Eso lo hace unas 10 veces al día.

—Y muy molesto.

—Ya, mejor vamos a cocinar antes de que despierte.— me dió un beso rápido.

padres primerizos -Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora