Jungkook ha pasado su vida entera mezclado con las sombras y la oscuridad de la sociedad, siempre atrayendo los problemas como si fuese un imán para el peligro.
El chico en llamas que no temia a nada ni a nadie y al que todos respetaban, hasta que u...
Otro día más amanecía ante sus ojos con menos perspectiva de la que poseía habitualmente.
El agua fría se deslizaba por todo su cuerpo para prepararle para el frío que lo esperaba fuera de su cálida morada. Llevaba ya quince minutos en la ducha y no estaba dispuesto a salir para tener que afrontarse a la inminente realidad... Nuevo instituto... Nuevos compañeros... Nuevas miradas...
Escupió al suelo de su blanca bañera solo con pensar que tenía que volver a empezar de nuevo todo lo que había ido construyendo estos últimos años. Los problemas lo perseguían a todas partes allá donde fuese.
Era como un imán para atraer cualquier dificultad, pero él tampoco se quedaba al margen de ellas. Si alguien venía a meterse con él... Se enfrentaría a un grave problema, se habría metido con el chico equivocado. Uno que no se quedaba con las ganas.
Jungkook salió de la bañera y envolvió su esculpido cuerpo en la toalla blanca que le esperaba a la salida del cristal que lo separaba del frío del resto de la habitación, se miró al espejo, y fue recorriendo con su mirada cada parte de su cuerpo haciendo hincapié en cada cicatriz y especialmente en ese tatuaje que estaba marcado en la parte superior de su costado derecho.
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Se lavó por última vez la cara para hacerse consciente de que el nuevo día ya había empezado y que no podía huir de él; y clavó sus ojos en su propio reflejo, observando como brillaban sabiendo que, aunque lo que le esperaba era duro, él mantenía esa euforia dentro, preparada para cualquier aventura que se le presentase.
Porque así era él, ese chico de pelo revuelto y mirada penetrante guardaba mil y un secretos que reflejaban que cuando había que hacerle frente a los problemas, no le temía a nada, ni a nadie.
Salió del baño para pasar a su habitación, tan desordenada como siempre, para buscar que se pondría en su primer día de clases. Abrió su armario y miró la cantidad de ropa que había dentro... Tanta ropa y tan igual, toda con ese color oscuro que le acompañaba a cualquier lado.
Escogió sus vaqueros apretados que marcaban cada fibra de sus musculosas piernas y esa chupa negra de cuero que se compró la semana pasada. Se vistió mientras la música que había puesto a reproducir sonaba a todo volumen entre las paredes de su habitación; y por último, se perfumó con aquella colonia que representaba tan bien su personalidad. One million. Atrevida y fresca como él.
Cogió su mochila llena de los libros que guardaban toda esa materia que iba a odiar durante un año, y desapareció por la puerta después de apagar el altavoz que tanta vida le daba cada día. Salió al pasillo y cerró la puerta tras sí, bajó a la cocina, cogió su café y napolitana ya preparados, y salió de su casa con prisa para no perder el bus que le llevaría a aquel infierno que creía ya olvidado después de tanta aventura veraniega... Tanto alcohol, tantos polvos, tantas peleas, tantos amaneceres despierto...
