La tipa de los glúteos perfectos montaba en la bicicleta estática de espaldas a Juliana. Movía el culo con ritmo, arriba y abajo, de un lado a otro, al pedalear brioso con aquellas piernas tonificadas. La conjunción del chirrido de la cadena y del sonido de su respiración esforzada, apagó el ruido de los pasos de Juliana detrás de ella.
No llevaba nada puesto, excepto los pantalones cortos de montar en bici y un sostén deportivo que dejaba poco a la imaginación. Juliana se recreó en la visión de aquellos hombros que ahora brillaban bañados en sudor. Aunque sólo llevaba dos minutos haciendo ejercicio, ya tenía el pelo aplastado contra la cabeza: aquellos largos rizos oscuros le enmarcaban el rostro y acababan enroscados en la nuca.
Le pasó la mano por la espalda empapada y le apretó el hombro izquierdo para comprobar que su músculo deltoides estaba tan firme y duro como el resto del cuerpo. Luego se inclinó para besarle el hombro derecho. Aquella sensación cálida y salada hizo que Juliana apretara los muslos mientras notaba esa humedad que le invadía la entrepierna cada vez que veía el cuerpo semidesnudo de aquella chica.
La tipa de los glúteos perfectos dejó de pedalear y, sin bajar de la bici, volvió el tronco hacia Juliana para atraerla hacia ella. En cuanto ella se hubo colocado en el ángulo de sus piernas, notó la presión de su cuerpo contra el vientre descubierto de aquella chica. Juliana arqueó la espalda y se frotó contra la chica hasta que la hizo gemir. Luego ella la cogió por las amplias caderas y empezó a masajearle el culo de tal modo que Juliana se animó a continuar lo que había empezado. Ella mantenía la mirada clavada en los senos desnudos de Juliana, que tras emitir un profundo suspiro y comprobar que el movimiento había hecho que se le endurecieran los pezones, los mostró más.
Juliana inspiró el olor a almizcle que ella desprendía, y que el ejercicio y la excitación por verla habían potenciado, y se acercó para lamer una de las gotas de sudor que cubrían sus senos,
al tiempo que sentía como se estremecía su acompañante con el roce de su lengua.
Acto seguido, le deslizó las manos por la espalda hasta alcanzar aquellos glúteos exquisitos que luego trató de agarrar. Ella la movió hacia atrás, con la intención de bajarse de la bicicleta, la sujetó por la cintura con sus manos y la levantó como si ella tuviera una talla treinta y ocho en lugar de una cincuenta. A su vez, Juliana la abrazó con las piernas y le situó el sexo anhelante justo delante del suyo, de modo que ahora resultaba prácticamente imposible que ella se quitara los ajustados pantalones sin ayuda. En aquella posición, Juliana trató de echarle una mano. Ambas estaban ansiosas y se movían con torpeza y de un modo extraño.
Después de que la prenda cayera al suelo, ella dio un paso para desprenderse de ella definitivamente. Luego recolocó a Juliana para meter la mano entre sus cuerpos e hizo varios
movimientos tentativos, con la intención de introducirse en aquel camino humedecido, ya preparado para recibirla. Juliana se retorció impaciente, mientras le chupaba y mordisqueaba el lóbulo de una oreja, y ella la correspondió apretando contra ella su cuerpo, con lo que ella vio aumentadas sus esperanzas de verse satisfecha.
Cuando por fin la penetró, Juliana dejó escapar un quejido de placer y se inclinó hacia atrás para elevar los pechos a la altura de la boca de su compañera, que empujaba hasta el fondo...
Parecían dos cuerpos que actuaran con una sola mente, con un mismo objetivo. Juliana se restregó contra ella en un movimiento ondulante para aumentar la fricción; el sonido que ella emitió obtuvo un suspiro por respuesta. La chica se tambaleó al tratar de mantener agarrada a Juliana, a la que empotró contra la pared al caerse hacia delante. Ahora, con cada empellón, ella sentía el yeso presionándole las nalgas y los hombros desnudos, así que se agarró a ella con fuerza sin importarle si llegaba a clavarle las uñas; a fin de cuentas, eso haría que ella se excitara más aún. Juliana tenía que alcanzar el clímax...
De repente, se oyó un bocinazo atronador que provenía del exterior. A Juliana se le nubló la visión de tal modo que no pudo llegar al orgasmo y ella dejó de pedalear. Juliana parpadeó sobre la lente del telescopio, mientras que se desvanecía su recurrente fantasía. Al otro lado de la calle, su objeto de deseo alargó el brazo para hacerse con la bebida isotónica que había en la mesa próxima a la bicicleta y se inclinó hacia atrás para dar un trago.
-¡Mierda! -Juliana sacudió la cabeza para deshacerse de la imagen que aún ocupaba su mente y esbozó una sonrisa de arrepentimiento-. A ver, tú, chica de los glúteos perfectos, tienes que mejorar ese aguante, estoy decepcionada.
Ajena a lo que pasaba por la mente de Juliana, la vecina dejó de pedalear. Ella giró el telescopio para volver a echar un vistazo a la fachada del edificio. Más allá de su balcón, la ciudad se animaba para recibir la noche. Si se re costaba y miraba hacia abajo, podía ver
a la gente entrar y salir de las tiendas, comer en las terrazas de los restaurantes o hacer cola para sacar las entradas del cine que había en la esquina del bloque.
Su apartamento, situado en un sexto piso, se encontraba justo en la zona norte del centro de Dallas, guarecido por los enormes rascacielos que dominaban el norte del cielo de Texas.
Juliana decidió centrarse en el apartamento que se encontraba justo enfrente del suyo para comprobar si alguno de sus vecinos conocidos había vuelto ya a casa. Aunque la costumbre de espiarlos había comenzado, de modo accidental, apenas hacía unos meses, Juliana ya se había encariñado con muchas de las personas que vivían en el edificio del otro lado de la avenida. De forma algo curiosa, se sentía como su guardiana, siempre atenta par a cerciorar se de que todo iba bien, hasta tal punto que una vez había llegado a llamar a la policía cuando creyó que alguien estaba en peligro. Por supuesto, la llamada la hizo desde una cabina en la calle.
Efectivamente, se trataba de la joven pareja de salidos que vivía en el quinto. Estaban en la cocina preparando la cena, algo que Juliana ya reconocía como uno de sus rituales de estimulación erótica de la tarde.
Por su parte, el dominador -el inquilino del ático- no había llegado aún. Juliana frunció el ceño y se preguntó si estaría de viaje otra vez, como ocurría con frecuencia últimamente, y casi deseó que se hubiera mudado, pues si bien sus aventuras sexuales la dejaban muy intranquila, no podía evitar mirarlas.
Al contrario que los balcones de los apartamentos de enfrente, que eran enrejados, el de Juliana constaba de un sólido muro de ladrillos. No lo había decorado con plantas colgantes, ni con adornos móviles o cualquier otra cosa que pudiera llamar la atención. Lo único que albergaba aquel espacio era un altísimo ficus con cientos de grandes hojas oscuras que la suave brisa de septiembre solía mecer y que le servían fundamentalmente para camuflar el telescopio.Juliana acostumbraba a llevar pantalones holgados negros y un jersey fino del mismo color porque la hacían parecer más delgada y también porque contribuían a que su silueta quedara difuminada entre las sombras.
Una suave racha de viento nocturno le colocó un mechón de pelo negro sobre los ojos. Juliana se lo retiró con impaciencia y lamentó no haberse hecho una coleta para recoger todos aquellos mechones que le llegaban a la altura de los hombros.
Le temblaban las manos y notó la oleada de excitación en el estómago que aún le duraba de la fantasía de la sesión de gimnasia. Por mucho tiempo que llevara observando a sus vecinos a escondidas, le ocurría lo mismo cada fin de semana: la emoción no desaparecía jamás.
Fueron llegando a sus casas más inquilinos, que iban encendiendo las luces al entrar. La lisa fachada del edificio de enfrente parecía un tablero de ajedrez, con unos cuadrados que se alternaban así en blanco y negro. Juliana giró cuidadosamente el telescopio para tratar de encontrar algo de actividad. La señora del pelo azul -la anciana del cuarto- llevaba enferma algún tiempo, de modo que Juliana se alegró al ver que aquel día se sentía con fuerzas para invitar de nuevo al grupo que solía reunirse en su casa los viernes por la noche para jugar al bridge. En la mesa de la sala de estar había otras tres señoras que charlaban mientras echaban la partida de cartas.
Comprobó de nuevo la situación en el apartamento de los salidillos.
-¡Vaya, vaya, chicos, sí que están preparando un festín de gourmet, sí!
La guapa pareja de jóvenes estaba completamente desnuda y yacía recostada y encajada en la postura del sesenta y nueve sobre la laqueada mesa china del comedor. La mujer estaba ocupaba haciéndole una mamada a su marido mientras que él la masturbaba.
Juliana negó con la cabeza:
-Son increíbles, chicos. Cuando creo que ya lo he visto todo, siempre me sorprenden con algo aún mejor -ajustó el visor para poder contemplar mejor la escena y sonrió al comprobar que la mujer llegaba al orgasmo y daba un grito tremendo de satisfacción-. Vamos, cielo -la animó.
Las caderas del hombre empezaron a moverse con más rapidez mientras que, con una mano, trataba de empujar la cabeza de su mujer para meterle el pene más a fondo. Ella, por su parte, no tenía ninguna intención de atender aquellas peticiones. Juliana vio que el rostro de aquella joven rubia se relajaba; ahora la mujer estaba sumida en sus propios pensamientos y la polla acabó saliéndosele de la boca.
-Anda, él va a explotar -susurró Juliana.
Y tanto que sí. Enseguida el pene empezó a lanzar chorros de semen por todas partes.
La chica se retiró, y aunque, consciente de lo que ocurría, trató de agarrarle el miembro, que seguía salpicando leche, no llegó a tiempo para evitar quedar totalmente empapada.
-Eso sí que es un hombre viril -se dijo Juliana
Continuó observando, algo preocupada por si el salidillo se habría enfadado con su mujer, por haberse retirado y no tragarse el semen. Sin embargo, para su alivio, la pareja empezó a reírse.
La rubia se limpió el líquido de la cara y del cuello, y untó con él el pecho de su marido, que se inclinó para lamerle los labios.
-Eso es, chicos -los felicitó Juliana- disfrutaron mutuamente.
La visión de aquella parejita tan felizmente casada hizo que se sintiera nostálgica y más sola de lo normal. ¡Hacía mucho tiempo que no tenía pareja! Ese sentimiento de soledad era precisamente lo que la llevaba una y otra vez al balcón. En ocasiones, se sentía más ligada a estos vecinos anónimos que a cualquier otra persona.
Contenta por la agradable escena final entre sus vecinos, Juliana giró de nuevo el telescopio para echar una rápida ojeada al resto del edificio y comprobar que sí estaban la modelo anoréxica del tercero y el anciano homosexual del quinto - al menos con él tenia algo en común-.
Hacia las 09.00 horas el inquilino del ático, al que había apodado el dominador, volvió a casa con una chica de pelo castaño, muy guapa, que Juliana veía por primera vez. Ambos se sentaron en las sillas de piel del cuarto de estar y se dedicaron a charlar y a beber una copa de vino.
Juliana aguzó la mirada con la intención de fijarse en la chica, que tenía pinta de rondar los veinte: mostraba la piel de porcelana y los rasgos perfectos de una muñeca fina, de las caras.
-Muñequita, así es como voy a llamarte -murmuró.
La actitud atenta y educada, acompañada sin embargo por una expresión anodina, parecía significar que la muñequita no era ajena a las reglas del juego del dominador, quien, al contrarío que el tiarrón de la bicicleta estática, no era un tipo enorme y cachas, sino más bien delgado, de
aproximadamente un metro setenta y cinco de altura y de complexión mediterránea, con el pelo oscuro y ondulado. Mostraba además una sonrisa tan encantadora que casi alcanzaba a disimular la crueldad que escondía.
El dominador se recostó sobre los cojines de cuero y estudió a su invitada antes de emitir una orden corta y directa. Juliana vio cómo movía sus labios y cómo de inmediato la muñequita se.....
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Bad Girl (Juliantina AU)
Romance---- Contenido adulto (Ahí esta su advertencia) ---- La tímida asistente social Juliana Valdés sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormito...