Capítulo 35

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Ligera advertencia: este capitulo toca algunos temas un poco sensibles, nada grave pero es importante mencionarlo.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Algo iba mal, muy mal. Se contuvo ante la tentación de echar a correr hacia su coche y observó cuidadosamente la calle y los edificios de su alrededor.

Allí mismo, estacionado en la concurrida calle, detrás de su Buick, divisó un Cadillac negro de un modelo antiguo. El coche estaba impoluto y llevaba las ventanas tintadas. Aunque desde donde Juliana estaba le resultaba imposible saber si había alguien dentro del vehículo, estaba claro que aquel Cadillac no era del barrio.

Abruzzi.

Juliana se dio la vuelta girando sobre sus tacones y se dirigió de inmediato hacia el piso de Prudie. Llamaría a la policía desde allí. No había dado ni dos pasos cuando dos hombres la tomaron por los brazos —uno por cada lado—. A Juliana se le cayó al suelo la carpeta.

—Vamos, preciosa. Hay alguien que quiere hablar contigo —los dos tiarrones la forzaron a ir hacia el coche negro.

Juliana gritó tan alto como pudo. Una mano rolliza le tapó la boca y los dos hombres la llevaron hasta el Cadillac a empujones.

—Oye, pero ¿qué hacen ahí? —la voz de ultratumba parecía proceder de ninguna parte.

Los hombres que sostenían a Juliana dudaron un momento. El más alto la empujó hacia el otro, que la tomó por los hombros y la introdujo en el coche. Ella estiró las piernas de modo que los pies quedaron ejerciendo presión contra el lateral del asiento de al lado del conductor y apretó las rodillas. El hombre que trataba de meterla en el coche maldijo en alto, a pesar de lo cual no logró hacer palanca para mover a Juliana. Le colocó la mano izquierda en el hombro mientras intentaba colocarla para que entrara en el vehículo.

Juliana volvió la cabeza para morderle la mano. Los dientes perforaron la piel y se llevaron un trozo de carne al tirar. El hombre gritó de dolor y dejó caer a Juliana, que se desplomó contra el bordillo y se golpeó en la rabadilla. Se puso de rodillas con esfuerzo y probó a caminar a gatas. El sabor de la sangre le llenaba la boca.

Aún agarrándose la muñeca, el hombre bloqueó el paso de Juliana con las piernas.

—Zorra, te mataré por esto.

Ella cerró un puño y lo lanzó hacia delante tan fuerte como pudo. El golpe que le propinó en sus partes fue contundente: el hombre gritó y se echó hacia delante para agarrarse los genitales y aguantar las arcadas. Juliana consiguió ponerse en pie y se quedó perpleja sin poder dar crédito a la escena que presenciaba.

El otro matón se enfrentaba a un grupo de unos siete chicos afroamericanos. Juliana reconoció los rostros de uno o dos de ellos; pertenecían a familias de la calle Hatcher que ella solía visitar.

Los chicos iban vestidos con los pantalones caídos y sudaderas con capucha tan comunes en aquel barrio. Algunos de ellos llevaban también gorras de propaganda, mientras que otros llevaban pañuelos que se anudaban ajustados a la cabeza. Juliana calculó que la edad de los chicos oscilaría entre los trece y los dieciséis años.

El que lideraba el grupo, claramente el cabecilla, dio unos pasos hacia el matón. Llevaba una sudadera de Nike forrada de lana que le cubría ligeramente la cabellera organizada en hileras de trenzas.

—¿Por qué molesta a la trabajadora social? A usted no le ha hecho nada.

Juliana se acercó al grupo de chicos y buscó el móvil en el bolsillo.

El matón, que tenía pinta de ex marine e iba enfundado en un traje marrón que le iba pequeño, dirigió una mirada a Juliana y luego otra a los chicos.

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora