Capítulo 20

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Mier.da, no, no lo estaba, pero ¿qué iba a hacer? ¿Permitir que el tipo la siguiera hasta su propia casa? Si Abruzzi quería encontrarla, lo haría. Esto no era más que una forma de retrasarlo.

Se agachó para echar un vistazo debajo de los vehículos. Habría unos treinta; cuarenta; cincuenta... Oyó el ruido del ascensor. Bien. Eso significaba que Juliana ya había salido de allí.

De repente descubrió a lo lejos las piernas de la persona que había estado siguiéndolos. El tipo se movía con rapidez y resultaba evidente que trataba de ver a qué piso subía el ascensor.

Valentina se puso en tensión y se obligó a esperar hasta que su perseguidor estuvo a medio paso de distancia del lugar en el que permanecía escondida. Entonces saltó hacia delante y se lanzó sobre él por la espalda. El desconocido, alertado por algo en el último momento, se volvió justo cuando Valentina caía sobre él.

La policía le golpeó la nuca con la culata de la pistola y lo derribó en silencio. Lo agarró a tiempo para impedir que se golpeara contra el suelo y luego recostó el cuerpo inconsciente sobre el cemento. Después volvió a guardarse el arma y se arrodilló para tomarle el pulso: todo en orden, el corazón le latía con fuerza y regularidad. Tampoco había sangre.

Contenta de que el hombre sólo hubiera perdido el sentido, echó un vistazo con rapidez.

El garaje continuaba vacío. Cambió de posición y se colocó detrás de la cabeza del tipo. Se inclinó, le pasó los brazos por debajo de las axilas y lo incorporó haciendo fuerza. El sonido metálico de un coche en la entrada anunció la llegada de algún inquilino. Tenía que actuar con rapidez.

Arrastró el cuerpo entre dos coches, se agachó y esperó a que el vehículo que entraba —un todo terreno— pasara de largo el lugar en que se agazapaba y continuara hacia algún piso superior.

Una vez recuperado el silencio, Valentina cacheó al hombre. Le quitó un arma y se la metió en el bolsillo de la chaqueta; tras localizar la billetera, comprobó el documento de identidad y volvió a depositarlo en su sitio.

«Espabílate —se dijo—, o Juliana llamará a la policía y tendrás problemas.»

Se apartó del tipo, se irguió y se dirigió hacia los ascensores. Al llegar decidió subir por las escaleras a toda prisa. Entró en el portal justo en el momento en que el conserje le preguntaba a Juliana:

—¿Y a qué inquilino viene a ver usted?

—Perdona que llegue tarde, cielo —interrumpió Valentina . La mirada de alivio que vio en la cara de Juliana la hizo sentir culpable. Entonces miró al portero—. Éste es el edificio Roanoke, ¿verdad?

—No —corrigió el hombre de mediana edad—, están ustedes en el Thackeray Faire. El Roanoke está al final de la calle —y señaló hacia el norte.

—Vaya, sentimos mucho haberlo molestado. Vamos, cariño.

Valentina tomó a Juliana del brazo y la llevó hasta la puerta. Ella se dejó guiar.

Una vez en la calle, Valentina se cercioró de que no hubiera nadie sospechoso por ningún lado y empujó a Juliana en dirección norte con delicadeza.

—Mi piso está justo enfrente, al otro lado de la calle.

Valentina la cogió de la mano antes de que ella pudiera reaccionar.

—Ya lo sé, cielo, pero el vigilante está mirándonos y no quiero que vea dónde vives.

Juliana dejó escapar un suspiro, pero no protestó. Caminaron en la dirección indicada hasta pasar una manzana antes de cruzar la calle. Valentina agradeció que Juliana no hubiera empezado a interrogarla nada más verla. Ya tenía bastante con vigilar por delante y por detrás. Más adelante, insistió en que continuaran un bloque más tras el edificio del dominador —o, más bien, de Abruzzi— antes de cruzar a la acera de Juliana, quien notaba que Valentina estaba muy tensa y decidió seguirle la corriente.

Con todo, no dejó de mirarla de reojo: Valentina se mantenía demasiado concentrada en controlarlo todo como para darse cuenta. Todo aquello parecía sacado de una peli de espías, y una parte de ella estaba disfrutando de la intriga y de la sensación de sentirse protegida por alguien tan fuerte. La situación la convertía en una sexy mujer fatal.

Cuando por fin cruzaron la calle, Juliana sugirió:

—Si crees que pueden vernos entrar en el edificio, podemos atajar por el garaje, así evitaremos pasar por la entrada principal.

—Buena idea —dijo ella.

Juliana la guió hasta la entrada del garaje. Pasaron por delante de dos hileras de coches hasta que alcanzaron la puerta lateral, que Juliana abrió con su llave.

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora