Capítulo 17

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De vuelta ya a la mesa comenzaron a hablar sobre temas del pasado.

—Bueno, pues ya que hablamos de amores de la infancia, te contaré que estuve totalmente enamorado de alguien a los dieciséis años. Era una rubia preciosa y también era mi vecina.

Juliana se obligó a mantener la sonrisa.

—¿Y tú le gustabas a ella?

—¡Qué va! Yo era una niñata para ella, que tenía treinta años y era una madre soltera con dos hijos. Yo solía pasar ratos fuera leyendo para poder verla cuando volvía a casa después del trabajo.

—Así que nunca le contaste que te gustaba.

—En ese entonces no. Tiempo después, cuando acabé la Escuela Militar, me la encontré un día en el supermercado y salimos a tomar algo.

Juliana arqueó las cejas.

—¿Y llegaste a tener algo?

Su sonrisa resultaba aún más sexy que el sonido de su risa.

—Sí. Parece que a las mujeres de cuarenta les encanta liberarse y saber de que provocaron la lujuria de un adolescente.

Ambas empezaron a carcajearse.

—Esto no es justo —protestó Juliana—; se supone que tenías que contarme algo que no supiera nadie y parece obvio que tu señora Robinson en esta nueva versión de El graduado conoce de sobra la historia.

Valentina volvió a negar con un gesto.

—No, hay otra parte de la historia que ella nunca llegó a conocer; yo solía hacer de niñera de sus niños porque quería que ella me viera como un adulto responsable y... —bajó la mirada— porque quería que ellos se acostumbraran a verme, evitar preguntas y  presentar con suavidad los planes de boda entre su madre y yo en un futuro.

Dijo esto justo en el momento en que Juliana bebía el último sorbo de cerveza, de modo que al empezar a reírse acabó tosiendo y casi se atragantó.

Annie apareció con otro par de cervezas y le preguntó a Juliana si quería un vaso de agua.

Ella rechazó la oferta moviendo la cabeza mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. En cuanto se recuperó, dirigió una mirada de reproche a Valentina.

—Lo has hecho a propósito.

—Te juro que no. Sólo estaba intentando compartir contigo algo que no sabe nadie más.

El intercambio de secretos había roto el hielo y la conversación fluía ahora de forma menos forzada.

Charlaron otro rato y luego volvieron a bailar. De vuelta ya a la mesa, ella se inclinó hacia delante y le preguntó al oído.

—¿Qué llevas debajo de ese vestido?

Aquellas palabras le resultaron a Juliana tan excitantes como una descarga eléctrica que le recorriera la columna. Se quedó mirándola.

—Nada —respondió con la boca casi seca.

Comprobó que aquel dato iluminaba los ojos de Valentina y supo que el fuego había prendido.

—Juliana, cielo, ¿te apetece que vayamos ahora a tu casa?

—Si aún no te has terminado la cerveza —replicó ella.

Valentina sacó su cartera, extrajo un billete de veinte dólares que depositó en la mesa y añadió:

—Listo. Solucionado. ¡Vámonos!

Luego tomó a Juliana del brazo y ella se dejó guiar hasta la puerta. Valentina la abrió y, antes de que ella pudiera pasar, un hombre se le adelantó y se cruzó con Juliana.

—Usted... —musitó ella, situada cara a cara con el dominador por primera vez...

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora