Capítulo 33

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Para celebrar el fin de I Guess I Do, hoy tenemos dos capítulos.

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Valentina debió de notar el peso de su mirada porque levantó la cabeza.

—Buenos días, ¿te sirvo el café?

Juliana algo avergonzada, asintió.

Ella desapareció en la cocina y volvió con una humeante taza de café.

—Voy a hacerme unos huevos revueltos. ¿Cómo quieres los tuyos?

—Ya lo hago yo —se ofreció Juliana al coger la taza.

—Yo ya estoy casi vestida, y tú no. Para cuando estés arreglada, tendrás listo el desayuno, ¿los quieres revueltos tú también? -Juliana no discutió. Aquella situación resultaba tan natural, tan cotidiana, tan agradable...

Se dirigió al dormitorio absolutamente enternecida.

A las seis menos cuarto de la tarde, Juliana atravesaba su portal y se dirigía al buzón para comprobar si había recibido correo. Encontró una nota de color amarillo que avisaba de la llegada de un paquete.

El vigilante de turno era Frampton. Juliana se acercó hasta su mesa con el papel en la mano.

—¿Ha llegado algo para mí?

—Sí, señorita Valdés. Está aquí —el conserje le entregó un enorme jarrón con flores de colores.

—¡Son preciosas!

—Sí que lo son. Vienen con tarjeta.

No quiso abrirla delante del vigilante.

—Ya la leo arriba —dijo, y cogió el jarrón y se dirigió al ascensor.

Mientras subía a su piso, hundió la nariz en el ramo para aspirar la fragancia de las flores.

Eran muy bonitas: amarillas, naranjas y de un tono marrón rojizo, muy otoñales. «¿Cómo se podía ser tan encantadora?»

Cuando llegó a su puerta, agarró el ramo con un brazo mientras la abría. Atravesó la habitación y puso las flores en un jarrón que colocó en la mesa de desayuno. La tarjeta venía en un pequeño sobre de color blanco, que Juliana abrió para leer el mensaje. Se quedó paralizada.

«Lamento mucho que no tuviéramos la oportunidad de charlar el sábado por la noche. ¿Por qué no quedamos? Mi número es... V. A.»

«¡Dios mío! Me ha encontrado», pensó. La garganta se le quedó seca y por un instante se le cortó la respiración. «¿Qué hago ahora?»

Enseguida dirigió la mirada hacia la puerta de cristal del balcón. Las cortinas estaban cerradas de modo que era imposible que la vieran desde el ático de Abruzzi. «Esta bien. No puede verme. Menos mal.» «¿Llamo a Valentina?» Le había dado su número de móvil aquella misma mañana. «No, ¿para qué voy a preocuparla cuando aún está en el trabajo?»

El olor de las flores llenaba la habitación. De repente Juliana ya no podía soportar ni verlas ni respirar el olor que desprendían, así que cogió el jarrón y se dirigió a la entrada. A cada flor le llegaba inevitablemente su fin y ella tenía la intención de acelerar el proceso de aquéllas, con jarrón y todo.

Nada más doblar la esquina, de camino al contenedor del pasillo, se cruzó con Lois Guzman que, cargada con una bolsa blanca de plástico, atravesaba la puerta giratoria en esos momentos.

La anciana la miró y le dedicó una sonrisa.

—¡Qué flores tan bonitas! —exclamó—. Esos crisantemos naranja oscuro son preciosos.

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora