Esperaría a la mañana siguiente, llamaría a su puerta y le contaría la verdad.
Valentina sacudió la cabeza irritada, pero ¿qué iba a decirle? La había obligado a mantener una relación sexual virtual; si ella la delatara, la despedirían seguro.
No, no podía confesarle quién era. Tenía que olvidarse de todo aquello. Ya la había asustado y Juliana ya no saldría al balcón a espiar a los vecinos. Tenía que esperar a que ella abandonara su apartamento por la mañana, entrar entonces con su llave maestra y sacar de allí la cámara de vídeo y el teléfono, y una vez los hubiera devuelto a su tío, tendría que marcharse de allí.
Debía olvidarse de lo de llamarla la noche siguiente. Ella volvería a casa y vería que todo había desaparecido, esperaría su llamada, preocupada por la idea de que ella acudiera a la policía.
Con el tiempo, se daría cuenta de que el peligro había desaparecido. Aquel nuevo plan presentaba, no obstante, dos problemas: primero, a Juliana la aterraría que alguien hubiera entrado en su apartamento, así que cambiaría las cerraduras y se pasaría las noches, insomne, temiendo que ella volviera para violarla; o quizá decidiera que la razón por la que no la había vuelto a llamar era realmente su falta de atractivo. A Valentina no le gustaba la idea de provocarle más dolor, ya era una chica muy insegura.
El segundo problema le afectaba más directamente. La pequeña experiencia de sexo telefónico que habían tenido había sido una de las mejores que ella había disfrutado jamás. Solía enorgullecerse de su capacidad de control y no recordaba cuándo había sido la última vez que la había perdido de aquella manera.
Ahora se mojaba sólo con pensar en Juliana y la verdad era que no quería marcharse de allí.
¿Qué iba a hacer? ¿Cómo salir de aquel enredo sin que ninguno de los dos saliera perjudicado?
El sábado por la mañana, Juliana se despertó a las nueve y media, mucho más relajada que en las últimas semanas. Tumbada cómodamente entre almohadas, dedicó un rato a pensar en la noche anterior.
Siempre había sido una persona cuidadosa, organizada y disciplinada; nada que ver con la mujer que hacía unas horas se había desnudado para masturbarse con un vibrador, mientras se excitaba manteniendo una sexual conversación telefónica con una desconocida. Y, sin embargo, no recordaba haber estado así de encendida antes, ni siquiera cuando se había acostado con Sergio.
Después de salir con Sergio durante cuatro meses, él la había dejado, justo antes de que ella cumpliera los 19. Tres semanas después, Sergio había empezado a salir con Mariana, su hermana pequeña. Y ahora iban a casarse, otro pequeño notición que le había costado aumentar otros siete kilos a Juliana, quien, desde entonces, no había vuelto a acostarse con nadie. No es que hubiera estado enamorada de Sergio. En realidad, estaba bastante segura de que no lo había estado, pero lo de dejarla y empezar justo entonces a salir con su hermana pequeña la había destrozado.
Juliana no podía dejar de preguntarse si lo de su sobrepeso habría sido una de las razones por las que a Sergio se le habían quitado las ganas de estar con ella. Después de aquello, la idea de desvestirse delante de un amante potencial le resultaba insoportable.
Puede que aquello explicara lo fantástica que había resultado la noche anterior. Había sido capaz de disfrutar al máximo sin sentirse en absoluto avergonzada. Bueno, por lo menos no hasta que todo hubo terminado.
Ansiosa por olvidar todo lo que había ocurrido, se levantó de la cama de un salto y fue directa a la ducha. Tenía recados que hacer y había quedado para comer con sus amigas Dora y Alba a las doce. Puede que, si tenía tiempo, se pasara por el Museo de Arte y se diera una vuelta por la exposición barroca.
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Juliana ya esperaba sentada en la terraza del D'Maggío's de cara a la entrada cuando Alba Reece entró como una exhalación. El maître y los camareros acudieron pronto para atender a Alba; nada que ver con el rato que Juliana había tenido que esperar para que alguien se percatara siquiera de su presencia.
En fin, Alba no era precisamente de las que seguía de modo pasivo al maitre, sino, más bien, de las que atravesaba el restaurante a grandes zancadas con el jefe de camareros tras su estela, como si se tratara de un remolcador a la zaga de un ligero velero surcando los océanos. Alba, una morena estupenda y segura de sí misma, solía llamar la atención del resto de comensales, especialmente la de los varones.
Siempre había sido así. Juliana y Alba se habían conocido en el instituto cuando a esta última la habían cambiado de centro a mitad de curso. Hija del millonario Tex Reece, un empresario dueño de una revista, Alba era un marimacho desgarbado que pasaba de todo lo que interesaba a las chicas de su edad. En lugar de escuchar rock, prefería el jazz, y en vez de convertirse en animadora, decidió participar en el periódico escolar. En unos días, se había convertido en el objetivo preferido para la pequeña camarilla de adolescentes que controlaban la vida social de la gente de dieciséis años. Lo único que Alba consiguió con su indiferencia ante el ostracismo al que la sometían fue motivar a las abejas reinas para que la atormentaran aún más.
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Bad Girl (Juliantina AU)
Romance---- Contenido adulto (Ahí esta su advertencia) ---- La tímida asistente social Juliana Valdés sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormito...