Guess who's back?
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Al final de la primera semana en el instituto, las otras chicas también la ignoraban bajo estricto mandato del grupito de las populares. Indolente ante los comentarios desagradables y las miradas maliciosas que le lanzaban a su paso en el comedor, Alba se había sentado con su
bandeja en la mesa en la que se encontraba Juliana, sola, enfrascada en la lectura de una novela.
-¿Te importa si me siento? -le había preguntado.
Eran amigas desde entonces.
-Buenas, mejor amiga -saludó Alba-, ¿llevas mucho rato esperando?
-No, no, ¿qué tal estás?
Alba se sentó en el asiento que le ofrecían y aceptó también el menú.
-Liada, como siempre, ¿y tú?
De camino al restaurante, Juliana había estado debatiéndose entre contarles a Alba y a Dora lo de Justiciera o no. Si había alguien que supiera escuchar sin juzgar, ésa era Alba. Por otro lado, a Juliana le daba vergüenza pensar en describirle a alguien sus actividades de espionaje.
Dora apareció antes de que Juliana hubiera llegado a una decisión sobre si revelar su secreto o no.
Teodora Perkins era la alegre agente inmobiliaria que había ayudado a Juliana a encontrar su departamento y con la que había entablado una amistad durante sus excursiones en busca de casa.Las chicas pidieron su comida; Juliana siguió el consejo de Alba y de Dora y optó por el pollo asado con ensalada en lugar del sándwich Monte Cristo -de jamón, pavo, queso caliente y rebanadas de pan tostado bañadas en huevo- que le había llamado la atención en el menú.
-Bueno, cuéntanos, ¿qué tal va todo con Heat? -preguntó Juliana cuando el camarero se hubo marchado con los pedidos.
Heat era el bebé de Alba, aquello en lo que destacaba. Se trataba de una conocida revista online dirigida a un público de la llamada generación, es decir, jóvenes de entre veinte y treinta y cinco años. La publicación incluía artículos de vanguardia y espacios en los que los socios podían subir fotos y disfrutar de encuentros virtuales.
En contra del consejo de su padre, Alba había invertido el dinero de la herencia de su abuela en lanzar la revista y ahora era su editora y directora.
-Va todo genial. Kadeem Bríckman acaba de aceptar mi oferta para convertirse en mi director artístico invitado para el mes de abril.
-Kadeem... ¿te refieres al que es director de cine? -quiso saber Dora, que no salía de su asombro.
Alba asintió al tiempo que esbozaba una sonrisa.
-Sí. Lo he contratado para una grabación de cinco días centrada en el tema «sexo y poder». Slate, revista electrónica enemiga, prepárate para morir -auguró mientras se hacía con un bastoncillo.
-¿«Sexo y poder»? -se interesó Juliana con el ceño fruncido-, ¿de qué va eso?
Alba puso los ojos en blanco y explicó:
-Ya sabes: dominación y sumisión; sometimiento y disciplina.
A Juliana casi se le cae el vaso que tenía en la mano. Los labios parecieron moverse en silencio mientras trataba de pensar en algo que decir.
-¡Dios mío! ¡Alba! ¿De verdad vas a dedicar un número entero al sometimiento y la disciplina? ¡Pero si estamos en Dallas, el corazón de la región más animada por el más conservador de los protestantismos!
-No te engañes, cielo -respondió Alba -. El rollito sadomaso y de dominación está vivito y coleando en la gran Dallas -aseguró antes de romper en dos el palito de pan.
Juliana se descubrió pensando en la noche anterior y en el dominador y la muñequita. Era la forma perfecta de empezar a hablar de su espionaje y de Justiciera.
Alba continuaba hablando:
-Heat va de cultura popular, y la dominación es parte de esa cultura. Además -se llevó un trozo del bastoncillo a la boca y se lo pasó de modo muy sensual por el labio inferior-, es la primera vez que Kadeem se presta a participar con una revista. Con la combinación de su nombre y el tema, voy a machacar a la competencia -esbozó una sonrisa de carmín-, ¿te imaginas cómo se lo va a tomar mi padre?
Juliana hizo una mueca de desaprobación. Tex Reece era el prototipo de empresario texano experimentado y conservador en términos políticos. Era fácil imaginarse su reacción al enterarse.
-¡Ah! Y tengo que decirles -añadió mientras bajaba el palito- que tengo muchísimas ganas de conocer a este hombre. Hacía años que no veía uno tan cañón. Está para chuparse los dedos. En fin, ya basta de hablar de mí -dijo con la mirada puesta en Dora-, ¿ya te has tirado a ese jefe guapísimo que tienes?
Dora se encogió de hombros y a Juliana le dio pena por ella. Su amiga llevaba un año trabajando para un agente inmobiliario llamado Joseph Stanford. Cuando ella le había propuesto que se vieran fuera de la oficina, Joseph le había dejado claro que no creía en lo de ir de colega con el personal, y aunque Dora había fingido reírse del tema, Juliana sospechaba que el rechazo había sido mayor de lo que su amiga estaba dispuesta a admitir.
Dora habló con suavidad.
-Pues no, y no parece que vaya a hacerlo nunca -respondió. Con unas ganas evidentes de cambiar de tema se dirigió a Juliana -, ¿y tú qué tal?
De nuevo, Juliana se debatió entre hablar o callar. Aunque quería contarles lo de Justiciera, ¿qué ocurriría si les entraba miedo? Conocía bien a sus amigas; si Alba creía que ella podía estar en peligro, haría lo que fuera, incluso llamar a la policía, para protegerla.
Con todo, en ese mismo instante, Juliana tuvo de admitir para sí lo mucho que le apetecía volver a hablar con Justiciera. No haría nada que pudiera obstaculizar una nueva llamada. Además, Alba y Dora siempre estaban animándola a que volviera a intentarlo con alguien , pues bien, eso es lo que iba a hacer aquella noche.
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Valentina volvió a la galería principal del Museo de Arte de Dallas por segunda vez en diez minutos. Había seguido a Juliana hasta el D'Maggio's a la hora de comer y había ocupado una mesa retirada en uno de los lados del restaurante desde donde no podía ser visto. Ya había visto a Juliana con esas dos mismas amigas durante las tres semanas en que había estado siguiéndola.
Siempre se habían mostrado divertidas y bromistas entre ellas, era obvio que se encontraban a gusto cuando estaban juntas. Esta vez, sin embargo, Juliana parecía callada y pensativa. Valentina se preguntó si sería porque se estaba planteando contarles a sus amigas lo de la noche anterior. En cualquier caso, aunque hubiera barajado la posibilidad de hacerlo, ella no creía que lo hubiera hecho. No había reconocido ninguna expresión de sorpresa, ni susurros nerviosos. La conversación no había dado la sensación de ir más allá de una charla banal.
Mientras Alba atraía todas las miradas de la sala, era el rostro de Juliana el que captaba la atención de Valentina. No era la primera vez que su visión la hacía pensar en la estatua de la Virgen que adornaba la iglesia católica en cuyas celebraciones había participado de niña, aquella tez perfecta, aquella cara en forma de corazón, aquellos ojos inmensos conformaban la viva imagen de la inocencia.
«Puede que sea eso. Puede que sea precisamente conocer ese lado oscuro que se oculta bajo toda esa candidez lo que me enloquece así.»
Fuera lo que fuera, Valentina no podía dejar de mirarla mientras Juliana almorzaba, y revivir las conversaciones telefónicas en su mente hizo que se calentara. La comida había durado casi una hora. Después, Valentina había seguido a Juliana mientras ésta hacía algunos recados. Eran más de las tres cuando ella por fin se dirigió al aparcamiento subterráneo del Museo de Arte de la ciudad.
Como Valentina sabía bien adonde se dirigía ella, se había detenido en los lavabos de damas antes de acercarse a la sala principal a paso lento. La primera vez que había echado un vistazo había encontrado aquello lleno de gente mayor que sin duda formaba parte de algún grupo que disfrutaba de una visita guiada, así que, después de comprobar que Juliana no estaba allí, se había dado otra vuelta por el museo. Sin embargo, esta vez los ancianos amantes del arte habían avanzado y Juliana se encontraba observando un óleo de Rubens. Valentina se quedó en el arco de entrada con ganas de poder mirarla más de cerca, así que enseguida dio dos pasos hacia donde ella se encontraba...
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Bad Girl (Juliantina AU)
Romance---- Contenido adulto (Ahí esta su advertencia) ---- La tímida asistente social Juliana Valdés sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormito...