El dominador se recostó sobre los cojines de cuero y estudió a su invitada antes de emitir una orden corta y directa. Juliana vio cómo movía sus labios y cómo de inmediato la muñequita se levantaba y empezaba a desabrocharse la blusa sin retirar los ojos de los de él, que permanecía sentado y miraba caer la prenda al suelo tras deslizarse por sus hombros. El negro del sujetador de puntilla que llevaba, resaltaba aún más la blancura y suavidad de su piel, y eso aumentaba su aspecto vulnerable.
Juliana se percató de que el dominador hablaba de nuevo. Acto seguido, la muñequita se bajó la cremallera de la falda y arrastró la tela a lo largo de sus caderas hasta que la prenda quedó tirada en el suelo. El tanga tan sexy que llevaba iba a juego con el sujetador.
Juliana se preguntó qué se sentiría al estar casi completamente desnuda delante de alguien que la juzgaba con semejante frialdad. Aquel sentimiento le provocó un escalofrío que la recorrió de arriba abajo. ¿Sabría aquella chica lo que vendría después?
La muñequita se quedó quieta mientras esperaba. Juliana había observado al dominador otras veces, así que sabía con certeza que la chica no haría nada sin que se lo ordenaran. El corazón empezó a latirle con fuerza y se preguntó si la joven estaría sintiéndose la mitad de tensa que ella.
El dominador habló otra vez. La muñequita se inclinó y se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador. En cuanto hubo soltado el último enganche, el sostén cayó al suelo y los pechos quedaron al descubierto. Él volvió a decir algo y la chica se quitó las bragas, dio un paso adelante y se arrodilló delante de él.
Juliana empezó a temblar. No le gustaba la visión de aquella muñequita desnuda a los pies del dominador: era como si estuviera adorándolo. Con todo, no cabía duda de que aquella escena también estaba cargada de erotismo. Juliana abrió el puño para volver a cerrarlo al instante, tratando de dominar la tentación de tocarse los pezones ya erectos.
El dominador alargó el brazo derecho para acariciarle el rostro a la muñequita, que lo presionó contra la mano de aquél mientras se la besaba. Él continuó acariciando su mata de pelo castaño. «Si realmente es sumisa, le gustará someterse a un amo», se recordó Juliana. Aun así, en cuanto lo vio tirarle de la cabellera no pudo evitar suplicar:
-¡No, no lo hagas!
El dominador la agarró por la melena y la obligó a levantar las rodillas. Ella se mantuvo allí, suspendida entre aquel puño y el suelo, con la cara contraída por el dolor.
Completamente vestido, él arrastró la desnudez de su cautiva por la habitación hasta una silla otomana que había delante de la chimenea. Luego empujó a la chica hacia aquel mueble gigantesco al que ella, obediente, se subió para colocarse a cuatro patas frente a su dominador,
que permanecía erguido delante de ella.
Juliana, que ya había visto a su vecino subir a una chica a la otomana, sabía de sobra lo que vendría después, así que juntó los muslos y los apretó con fuerza mientras disfrutaba de la sensación de calidez que le iba naciendo en la entrepierna.
El dominador caminó hasta un paragüero que había cerca de la puerta principal y, después de sacar de él lo que parecía una vara de caña, volvió a colocarse detrás de la muñequita. Juliana no podía verle la cara, así que no sabía si había ordenado algo más antes de elevar el accesorio y dejarlo caer con fuerza sobre las nalgas desnudas de la chica. En cuanto notó el contacto de la caña sobre la piel, la muñeca arqueó la espalda. Inmediatamente, el dominador volvió a levantar el brazo y trazó de nuevo un arco con la vara que se estrelló con fuerza en el trasero de la joven. Esta vez, la muñequita se tambaleó hacia delante de modo que acabó con medio cuerpo fuera del
mueble.
El dominador reaccionó negando con la cabeza, arrojó el bastón al suelo y se marchó de la habitación pisando fuerte. La muñequita se volvió hacia él con una expresión de súplica, aunque sin decir nada, mientras él se dirigía a la mesa del despacho y abría un cajón. A Juliana se le agarrotaron los músculos del hombro por la tensión; sabía bien lo que había en aquel lugar.
El timbre del teléfono la distrajo de lo que estaba ocurriendo enfrente. Cuando volvió a sonar, Juliana se debatió entre contestar o no. Si se trataba de su madre, no responder implicaría una retahíla de insistentes llamadas a intervalos de veinte minutos hasta que por fin descolgara - incluso si ello implicaba seguir telefoneando hasta las dos de la madrugada-. «Mejor contesto ahora.»
Corrió hacia el cuarto de estar rozando a su paso las cortinas y contestó, por fin, al cuarto timbrazo, justo antes de que saltara el contestador.
-¿Dígame? -preguntó sin aliento.
-Has sido una niña mala, Juliana Valdés -decretó una voz femenina al otro lado de la línea.
-¿Quién es? -quiso saber Juliana . Debía de tratarse de alguna de sus hermanas o de algúna amiga.
-Soy la Justicia -la voz se detuvo de modo que a Juliana le dio tiempo a pensar si se trataba de Victoria, su hermana mayor-. Has estado espiando a tus vecinos, ¿te has parado a pensar cómo se sentirían si se enteraran?
El corazón de Juliana empezó a palpitar con fuerza. «¡No! Esto no podía estar ocurriéndole a ella.» Con el cuidado que había tenido, era imposible que la hubieran visto.
-No sé a qué se refiere -contestó con una voz gélida-. Voy a colgar ahora mismo, y si vuelve usted a llamar, avisaré a la policía.
Colgó el aparato con fuerza. ¡Dios, Dios, Dios! Juliana se mordió el labio inferior y se quedó mirando el teléfono. ¿Y si de verdad la habían visto? A lo mejor alguien lo sabía. La realidad caía sobre ella con todo su peso. Si algo salía a la luz, podían detenerla, podía perder su trabajo. En
ninguna empresa querrían contratar como trabajadora social a una persona a la que le hubieran imputado delitos de índole sexual, porque el empleo implicaba visitar familias. ¡Y su madre! Dios santo, ¿qué diría su madre?
Juliana trató de pensar a pesar del pánico que iba invadiéndola por momentos. Primero decidió sacar el telescopio del balcón . Tenía que sentarse y planificarlo todo con calma...
El teléfono empezó a sonar de nuevo. Juliana lo miró aterrada como un ratón asustado ante una serpiente. No se movió ni un ápice. Un segundo timbrazo... Un tercero... y, por último, un cuarto.
El contestador saltó y Juliana pudo oír la voz de la mujer de antes.
-Eso no está nada bien, Juls. No puedes esconderte de la Justicia. Si no me crees, echa un vistazo a la alfombra de tu puerta. Esperaré.
A Juliana se le encogió el estómago. Dirigió la mirada hacia la puerta y dio un paso atrás de modo inconsciente. ¿Se trataría de algún truco? A lo mejor la mujer estaba allí fuera esperando
para secuestrarla.
Como si le hubiera leído el pensamiento, la voz continuó:
-No es ningún truco. No estoy esperándote fuera. Deja puesta la cadena de la puerta y echa un vistazo. He dejado algo para ti.
Juliana se mordió el labio inferior y caminó hasta el recibidor, para echar una ojeada por la mirilla. No había nadie. Aunque eso no significaba nada, porque podía haberse colocado fuera del ángulo de visión.
-Vamos, Juls. Mira -la animó la voz.
Corrió el pestillo y abrió la puerta sin quitar la cadena. En su alfombra había un sobre grande de color marrón que Juliana trató de agarrar pasando el brazo por la rendija, pero era demasiado estrecha.
-Vamos, Juls, no tengo toda la noche.
Irritada, Juliana se volvió para mirar el teléfono. Lo de llamarla Juls empeoraba aún más las cosas.
Juls era el nombre que usaban su madre, su jefa y su ginecóloga, así que todas las connotaciones ligadas a él eran negativas.
En un arrebato, Juliana retiró la cadena, abrió la puerta, tomó el sobre y luego cerró dando un portazo tan fuerte que hizo vibrar el marco.
-Buena chica. Ahora, ¿por qué no te preparas una copa antes de abrir el sobre? Volveré a llamarte dentro de un rato...
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Bad Girl (Juliantina AU)
Romance---- Contenido adulto (Ahí esta su advertencia) ---- La tímida asistente social Juliana Valdés sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormito...