Capítulo 26

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—¿Puedes quedarte esta noche? —le preguntó Juliana, tratando de evitar que la voz delatara las ganas terribles que tenía de pasar la noche con ella.

—Claro —afirmó Valentina con una sonrisa de soslayo hacia ella—. Aún no hemos follado en la cama y me muero por probarlo

Juliana se sintió tan aliviada que tuvo que cerrar los ojos para disimular la emoción. No tenía prisa por marcharse. Quería dormir con ella, como una novia de verdad y no como un ligue de una noche.

Cuando volvió a mirar, vio que Valentina se dirigía a la nevera.

—¿Tienes algo de comer? No he cenado.

Abrió la puerta y empezó a buscar.

—¿Y por qué no has cenado?

Valentina se detuvo un instante y asomó la cabeza para contestar sonriente:

—Estaba demasiado nerviosa como para comer. Podría decirse que atravesaba una crisis de cargo de conciencia.

—¿Una qué?

—Estaba volviéndome loca al tratar de convencerme de que ambas estaríamos mejor si no volvía a llamarte.

—¿Por qué? —quiso saber ella, tras recordar todo lo que ella misma había sufrido en aquellos cuarenta minutos hasta que por fin había sonado el teléfono.

Valentina se irguió y se encogió de hombros.

—Bueno, aunque sabía de sobra que lo que estaba haciendo no estaba bien, me resultaba imposible distanciarme de ti.

Juliana se sintió atravesada por un arcoiris de felicidad y tuvo la sensación de que notaba una gran fiesta de colores en su interior. Aunque abrió la boca para hablar, no logró emitir sonido alguno. Lo intentó una segunda vez y todo lo que le salió fue:

—¿Cómo quieres que te prepare los huevos?

Valentina sirvió unas bebidas mientras Juliana hacía la cena, que consistió en unas tortillas de jamón y queso con tostadas de centeno. Estaban acomodados en el pequeño comedor de la casa y ella seguía descalza y envuelta en el albornoz. La conversación parecía fluir sin problemas. Valentina se mostraba dispuesta a hablar por primera vez y eran muchas las cosas que Juliana quería saber. Le explicó que había pasado su niñez en London, que sus padres aún vivían y que tenía una hermana. También le contó cómo había ingresado en la carrera militar y había acabado siendo policía nacional.

Con todo, Valentina no permitió que la conversación se centrara sólo en ella y, a su vez, fue preguntando con delicadeza hasta enterarse de que el ex novio de Juliana, Sergio, se había convertido en su futuro cuñado y de cómo había comenzado lo de espiar a los vecinos.

—La primera vez que espié a alguien fue la noche en que acababa de volver de la fiesta de compromiso de Daiana y Sergio, hace unos tres meses.

—¿De dónde sacaste el telescopio?

—Bueno, la verdad es que lo tengo desde que iba al instituto. Lo guardaba en el armario — explicó con la mirada fija en el plato vacío—. Cuando venía en coche de vuelta a casa, escuché por la radio que aquella noche se verían tres planetas. Me sentía tan triste que al llegar saqué el telescopio con la intención de distraerme un poco. Mientras lo montaba me fijé en que el dominador, bueno, en que Abruzzi, estaba follando con una de sus sumisas. Sin haberlo previsto, ése fue el momento en que comencé mi carrera de voyeur.

—Querrás decir de voyeuse, en femenino, que eres mujer —corrigió Valentina.

Juliana quiso explicarse; por alguna razón le importaba que la comprendiera.

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora