Capítulo 39

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Una mujer abrió la puerta en la casa de Harlandale. Sólo llevaba un camisón transparente.

No parecía sentir curiosidad ni preocupación alguna por que la policía hubiera estado dando golpes en la puerta de su domicilio antes de las ocho de la mañana. Cuando Ben le preguntó si podía entrar y echar un vistazo, no protestó ni le pidió siquiera que le mostrara una orden de registro. Se quedó quieta mientras sujetaba la puerta bien abierta y daba caladas a un cigarrillo.

Una primera ojeada le bastó a Valentina para confirmar que la mujer estaba sola. Cuando le preguntó cuándo había sido la última vez que había visto a Abruzzi, ella la miró con ojos apagados y respondió.

—¿A quién?

De nuevo en la entrada, Ben le agradeció su amabilidad y la mujer le correspondió con un portazo.

Los dos bajaron, uno al lado del otro, por el camino que llevaba hasta el Plymouth.

—¿Y ahora qué? —quiso saber Ben.

—No se me ocurre dónde más podemos buscar. —Valentina sintió el corazón en un puño—. No creo que la haya llevado a un lugar público como su despacho, una habitación de hotel o un bar.

A Ben le sonó el teléfono y Valentina tuvo que contenerse para no quitárselo de las manos.

Esperó con impaciencia dando golpecitos en el capó del vehículo hasta que su amigo terminó la llamada.

—Volvamos a la Central en el coche —dijo Ben nada más colgar.

—¿Cómo? —Valentina se contuvo y se metió en el coche.

Cuando ambos se hubieron abrochado los cinturones de seguridad, Ben arrancó rumbo a la comisaría.

—Mierda, Ben, ¿qué es lo que ha dicho?

—Han encontrado el teléfono de Juliana. Estaba encendido y la compañía ha logrado interceptar la señal. Nuestros hombres lo han localizado justo en el desvío de la nacional setenta y cinco que lleva a Woodall Rogers. Han debido de tirarlo por la ventana. Le habían pasado un pañuelo para borrar las huellas.

Valentina sintió que un dedo helado le tocaba la espalda, justo entre los omóplatos.

—Dios mío, Ben. ¿Qué hacemos ahora?

—Tranquila, mujer. Tenemos varias pistas. Sabemos, por el teléfono, que se dirigían hacia el sur. Puede que Abruzzi tenga otra casa aquí, en Oak Cliff —la voz de Ben sonaba segura.

—No tenemos ni idea de dónde está esa casa imaginaria. Y tampoco sabemos si Abruzzi tiró allí el teléfono para despistarnos. —Valentina se golpeó la frente con el puño.

—Torres tiene un par de alternativas —continuó Ben—. Está haciéndose con todas las cintas de grabación del tráfico de la vía rápida y tiene a la fiscalía del distrito tratando de conseguir una orden para consultar los informes de localización por GPS de la limusina de Abruzzi que tienen en la compañía donde la alquila.

Valentina recuperó algo de esperanza.

—¿La limusina tiene GPS?

—Sí. Y eso nos va a llevar directos a ese cabron.

—Podríamos ir a la compañía de limusinas para convencer al dueño de que sea de más ayuda —sugirió.

—No, Valentina —respondió Ben al tiempo que negaba con la cabeza—. Esto hay que hacerlo sin saltarse las normas. Por el bien de Juliana —añadió dándole a su amiga unos golpes en la espalda—. Vamos a esperar a estar en la Central. Puede que ya tengan algo cuando lleguemos.

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora