Capítulo 30

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Notó enseguida que se quedaba paralizada y sintió que se le encogía el corazón. «No tendría que haber dicho eso. Qué tonta soy.»

Valentina le acarició la mejilla con la mano.

—Gracias.

Juliana apartó la cara.

—Lo siento. No tendría que haber dicho nada.

Valentina le tomó el rostro con ambas manos.

—Eso no es cierto. Sé exactamente cómo te sientes porque yo me siento igual. —La besó en los labios con extrema delicadeza—. Es como sí te conociera de toda la vida. Pondría la mano en el fuego por ti —dudó un segundo y añadió—: y el corazón.

A Juliana se le engrandeció el alma.

—Me encantaría poder verte la cara.

Valentina la besó de nuevo.

—Pues está muy bien que no puedas, porque yo creo que no me habría atrevido a decirte lo que acabo de decir si hubiera estado mirándote a los ojos —de inmediato cambió su tono de voz—. Bien, y deja de distraerme que tengo cosas que hacer por aquí.

Juliana esperó, nerviosa, y se recordó a sí misma que había sido ella la que había sacado a colación lo de los juegos de dominación. Escuchó un ruido extraño, como de cadenas. Sintió que algo le rozaba el pecho y se dio cuenta de que Valentina estaba colocándole una de las pinzas para los pezones. Y lo hizo de modo que aunque notó el pequeño pellizco, no fue como si se cerrara de golpe. Juliana se retorció por la presión que ejercía aquel aparato sobre el pezón.

—¿Tan estupendo es? —quiso saber Valentina al tiempo que le pinzaba la otra en el otro pecho.

—Sí —suspiró ella.

—Muy bien. Quiero que abras las piernas tanto como puedas —aunque Juliana trató de seguir las instrucciones, las esposas limitaban su capacidad de movimiento. -Así está bien —dijo Valentina satisfecha mientras le acariciaba las caderas—. Eso es. «¿Así está bien? ¿Para qué? ¿Qué es lo que pretende hacer?»

Aunque el primer contacto con el frío del hielo en el seno derecho la sobresaltó, pronto se relajó en cuanto reconoció el cubito, que Valentina arrastró hasta conseguir que también hiciera contacto con la pinza, de modo que el metal bajó enseguida de temperatura hasta resultar casi doloroso. Juliana serpenteo ligeramente con la intención de escapar de aquel clip congelado.

—Valentina... —gimió.

Ella no respondió, pero retiró el hielo. Acto seguido Juliana notó el tacto ligero de una pluma.

La suavidad de la caricia eliminó de inmediato el dolor provocado por el frío del hielo. La combinación de sensaciones físicas en la piel era impresionante: la presión de la pinza, el frío del metal y ahora la delicadeza de la pluma, que Valentina paseó por sus axilas, su vientre, por detrás de las rodillas...

—Pareces una diosa pagana, con la piel tan suave... No deberías taparte nunca, todo el mundo debería tener derecho a verte tal y como te estoy viendo yo ahora mismo.

A pesar del frío del hielo, Juliana se sintió invadida por una oleada de calor que se extendió hasta el ombligo y los senos. Las extremidades perdieron su fuerza y se le hicieron extrañas, como si ya no pudiera dominarlas. Aunque se fiaba de Valentina, sentirse tan indefensa le resultaba un poco aterrador. Si ella se marchaba en ese momento del apartamento, ella se quedaría allí hasta que... hasta que mandaran a alguien del trabajo a ver si pasaba algo cuando no apareciera por la oficina el lunes por la mañana. O hasta que se pusieran en contacto con la persona cuyos datos había facilitado al rellenar el formulario de solicitud de empleo para los casos de urgencia... «¡Dios mío: mamá!»

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora