Capítulo 32

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Siguieron charlando mientras salían del apartamento, depositaban la bolsa de Valentina en el maletero del coche y condujeron unas diez manzanas hasta la entrada del Jardín Botánico. Una vez allí, Juliana mostró su carnet y les recordaron que el recinto cerraría en una hora y media.

El jardín, llamado Arboretum Dallas, ocupaba unas veinticinco hectáreas y estaba situado en la ribera sudeste del lago White Rock. Las enormes y exuberantes zonas de césped, los majestuosos árboles y la fragancia dispersada por los parterres de flores convertían el lugar en un espacio impresionante desde el que observar las cuatrocientas hectáreas de agua que se extendían desde la orilla.

—Vamos al jardín «Jonsson Color» —sugirió Juliana.

Le encantó que Valentina no pareciera estar molesta por aquel sorprendente cambio de planes que consistía en ir a pasear por un jardín; no como Sergio, su ex, que tenía la desagradable costumbre de poner mala cara siempre que le pedía que hiciera algo que a él no le apetecía demasiado.

Tal y como había supuesto, no había prácticamente nadie en aquella zona. Aunque se cruzaron con un par de parejas de ancianos con zapatillas de deporte que disfrutaban de su caminata diaria, cuanto más se adentraban en el jardín, menos gente encontraban. En el lago, que quedaba a unos noventa metros a su izquierda, se veía navegar, apenas rozando el agua en calma, a una media docena de barquitos. El sol de la tarde reverberaba y creaba así un espejo sobre la acuosa superficie.

—¿Sabías que en el Jonsson Color hay más de doscientas especies de azaleas? —preguntó.

—Pues no, la verdad es que no tenía ni idea.

—¿Qué lista soy, eh? —Juliana le golpeó el hombro con el suyo.

El camino que recorrían empezó a serpentear. Juliana había escogido el jardín de las azaleas porque tenía forma de meandro y acababa girando hacia fuera. Aunque en él se entrecruzaban unos diez caminos en distintos puntos, Juliana sabía que si se colocaban en el extremo sur quedarían en una elevación que les permitiría ver si alguien se acercaba por cualquiera de las rutas.

—¡Anda, mira! ¡Los crisantemos y las azaleas están en flor!

Enseguida se vieron rodeadas de los colores dorados y violáceos del otoño que contrastaban con los tonos rojizos de los caladios y las astromelias.

—Es precioso —coincidió Valentina.

Se encontraban ya en la pequeña colina que Juliana recordaba. Había un banco de madera y hierro forjado desde el que se divisaban el lago y el resto del jardín. Se dio un paseo con la intención de inspeccionar la zona. Aunque se veían algunas personas a lo lejos, no había nadie cerca.

—Este es el sitio perfecto —afirmó.

—¿Perfecto para qué? —quiso saber Valentina, que estaba acariciando el pétalo de una flor violeta.

—Para hacer realidad tu fantasía.

Valentina volvió con rapidez la cabeza para mirarla.

—¿Cómo dices?

Juliana se sentó en un banco y le ordenó:

—Bájate los vaqueros.

Valentina la miró, sin poder dar crédito.

—¿Estás loca? Aquí puede vernos todo el mundo.

Juliana se rió.

—No antes de que los hayamos visto nosotros. Los arbustos que hay al otro lado del camino nos tapan la parte de abajo del cuerpo y desde donde estoy puedo ver a cualquier persona que se acerque.

Valentina se mojó los labios. Juliana dedujo enseguida que la idea la excitaba: sus ojos comenzaban a dilatarse.

—¿Tendrán prismáticos en aquellos barcos? —se preguntó mirando hacia el lago.

—Seguramente —asintió ella—, pero ¿qué más da? Están demasiado lejos como para poder hacer algo más que disfrutar mirándonos.

Aquellas palabras y la actitud de Juliana la convencieron. Se dispuso a desabrocharse el cinturón y bajarse los pantalones un poco.

—Habrá que hacerlo rápido.

—¿Por qué no te los bajas hasta las rodillas? —Indicó al tiempo que le señalaba los pantalones—. Así no estorbarán.

Absolutamente dispuesta, se bajó los vaqueros por las caderas, se acercó a Juliana y se bajó también las bragas.

Bad Girl (Juliantina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora