Al segundo campanazo me incorpore de golpe olvidando que la litera de Bastián estaba justo encima de mí. El trastazo en la frente se encargó de recordármelo y de ahuyentar el más mínimo recuerdo de lo que había estado soñando.
- ¡En la mierda! –
Maldije entre dientes.
Busqué mis botas a tientas en la media penumbra de la madrugada, me puse de pie con la cobija enrollada y caminé hacia la ventana dando tumbos en la tenue luz de las chimeneas a punto de apagarse.
Tropecé con un par de zapatos que lancé debajo de una cama a patadas. Alcance a ver el vano en la pared y lo abrí de un empujón.
El aire gélido de invierno se precipito filoso por mis costados directamente hacia los soldados que dormían a pierna suelta detrás de mí. Varias velas que luchaban por no extinguirse terminaron esfumándose.
Ignoré las maldiciones de mis subordinados, el frío calándome los huesos y la lobreguez que se tendía ante mis ojos para asomar la cabeza.
El sueño es testarudo como un asno, sin embargo, el sonido gravemente cercano de las campanadas logró ahuyentármelo por completo. No eran las campanas de la Basílica, eran las del castillo. Una, dos, tres... cuatro.
Catástrofe.
Mire abajo, en el patio de la guardia los faroles empezaban a encenderse, las voces de los centinelas nocturnos me alcanzaron como una canción anunciando un mal presagio.
Me volví a la somnolienta compañía, volví a darme de trompicones con un par de pesadas botas.
- ¡Por los mil demonios de Clarión! ¡No conocen el maldito significado de la palabra orden! –
Lancé las botas hacia los primeros bultos que pude ver en la oscuridad.
- ¡Arriba! -
Despojé de su almohadón a alguien que estaba al alcance de mi brazo y lo envié por el aire a alguien que no lo estaba.
- ¡Arriba! ¡¿No escuchan las jodidas campanas?! ¡Arriba! ¡Rápido! ¡Muévanse! –
Di golpes indiscriminados a diestra y siniestra hasta que los cuarenta soldados de la habitación estuvieron de pie y colisionando entre ellos mientras corrían por el corredor.
Alguien se dio de bruces conmigo, lo tomé de lo que suponía yo era el cuello de su camisa.
- ¡Aviva el fuego de las chimeneas! –
- Si comandante –
Respondió tartajoso y, haciendo algún tipo de nigromancia, la luz se hizo casi de inmediato en la habitación.
- ¿Qué está pasando Gaiga? –
Bostezo Gucci bajando de su litera, tan despreocupado como siempre.
- Cuatro campanadas –
Lo dejé con la boca abierta, no le dije nada más, no lo necesitaba para saber que estábamos en una situación realmente mala.
Recorrí el corredor a zancadas. Los doce escuderos que dormían en la armería estaban siendo despedazados por los afligidos soldados cuando llegue. Me apodere del que estaba ayudando a William a ponerse los guantes y le entregue mi cota de malla.
Me ceñí el cinto sobre la armadura escarlata cuando salía al corredor seguida de algunos otros soldados que daban saltos poniéndose las botas. Pasamos otras dos habitaciones bulliciosas del barracón, se nos unieron unos cuantos guardias más cuando bajamos hasta el patio.
Encontré al general Ovenzo en la puerta giratoria del castillo bajo la fuerte luz de un candelero recién encendido. Alto, corpulento, con el cabello y los ojos tan negros como el mismísimo abismo de Clarión, portaba un semblante más sombrío de lo normal.
- ¡General! –
- Te tardaste demasiado –
Alego con tono áspero y distante.
Ignore su comentario teniendo en cuenta que él no tenía que hacerse cargo de que cuarenta hombres dueños de un genio terrible se levantasen en plena madrugada en lo que se suponía era su día libre.
- ¿Quién ha sido? –
Las campanas lo anunciaban a voz en cuello, sin embargo, no podía imaginarme que miembro de la familia Real había muerto.
El General me miro de una manera extraña y luego se rasco una ceja, la izquierda. Conocía ese gesto, lo hacía cuando le costaba trabajo decir alguna decir cosa.
- La Gran Reina Darla Kapoor fue envenenada –
Tuve conocimiento de que me había tambaleado hasta que sentí el tirón del general en mi brazo.
Buscó mi mirada con exigencia.
- Ethan, lleva la compañía al salón del trono, ahora –
Me ordenó.
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Cuna De Reyes
FantasyIntenté asesinar a Leonardo Kapoor, el primer heredero a la corona de Perles. Rompí mis votos como soldado de la guardia real y conspiré contra el Rey Sebástian. Maté con solo mis manos a los trescientos hombres que custodiaban mi celda en los cala...